Chapter Capítulo 63
Aquella noche, la cena en el Gran Comedor no fue amena para Lily. Podía escuchar perfectamente como todos cuchicheaban respecto a su castigo con Umbridge. Si bien, la mayoría la consideraba una loca, en realidad contaba con todo el apoyo de la casa Hufflepuff y de Slytherin, estos últimos quienes, claramente sabían la verdad pero no la admitirían, pero tampoco dejarían sola a su reina. Después de todo, todos los Slytherin eran una familia, en las buenas y en las malas.
Al día siguiente, las cosas no fueron distintas. Lily continuó actuando indiferente, ignorando los cuchicheos de todos, sin embargo, estuvo gratamente sorprendida cuando Luna Lovegood se separó de su grupo para ir a hablarle.
—Yo sí creo que El-que-no-debe-ser-nombrado ha regresado y que tú peleaste con él y lograste escapar.—dijo Luna, sin siquiera saludar. Llevaba unos pendientes que parecían rábanos de color naranja, un detalle que provoco que Parvati Patil y Lavender Brown, de Gryffindor, rieran por lo bajo.— Pueden reírse— prosiguió Luna elevando la voz.— pero antes la gente tampoco creía que existieran ni los blibbers maravillosos ni los snorkacks de cuernos arrugados.
Theo, quien no creía en ninguna de esas cosas, asintió solemne, provocando en Lily una sonrisa cálida. Cuando Luna se hubo ido, Ernie Macmillan se le acerco.
—Quiero que sepas, Potter—dijo con voz fuerte y decidida— que no te apoyan solo los bichos raros. Yo te creo sin reservas, al igual que todos los de mi casa. Después de todo, salvaste a Cedric, y más aparte mi familia siempre ha respaldado incondicionalmente a Dumbledore, y yo también.
—Gracias, Macmillan.—contestó Lily.
A las cinco menos cinco, Lily se despidió de Theo y Hermione mientras comían y fue al despacho de Umbridge, en el tercer piso. Llamó a la puerta y ella contestó con un meloso «Pasa, pasa». Lily entró con cautela. Casi se estremeció de solo ver el despacho, el cual estaba irreconocible.
Todas las superficies estaban cubiertas con fundas o tapetes de encaje. Había varios jarrones llenos de flores secas sobre su correspondiente tapete, y en una de las paredes colgaba una colección de platos decorativos, en cada uno de los cuales había un gatito de color muy chillón con un lazo diferente en el cuello. Eran horribles.
—Buenas tardes, profesora Umbridge.—saludó Lily con frialdad
—Buenas tardes, señorita Potter. Siéntese, por favor.—dijo señalando una mesita cubierta con un mantel de encaje a la que había acercado una silla.
Sobre la mesa había un trozo de pergamino en blanco que parecía esperar a Lily. Por un momento, Lily pensó en pedirle de favor que le librara del castigo el viernes, pues eran las pruebas de quidditch de Slytherin, pero rápidamente desecho la idea, sabiendo que Umbridge solo se burlaría. Dejó su mochila junto a la silla y se sentó.
—Bueno.— continuó Umbridge con dulzura.— Ahora quiero que copie un poco, Potter. No, con su pluma no. Copiará con una pluma especial que tengo yo. Tome.—le entregó una larga, delgada y negra pluma con la plumilla extraordinariamente afilada.— Quiero que escriba «No debo decir mentiras» —indicó con voz melosa.
—¿Cuántas veces?
—Ah, no sé, las veces que haga falta para que se le grabe el mensaje. Ya puede empezar.
Ella fue hacia su mesa, se sentó y se encorvó sobre un montón de hojas de pergamino. Levantó la afilada pluma negra y se detuvo.
—No me ha dado tinta.—observó.
—Ya, es que no la necesita.
Lily puso la plumilla en el pergamino, escribió: «No debo decir mentiras» y se mordió la lengua fuertemente, manteniendo su rostro indiferente al mismo tiempo que las palabras habían aparecido en el pergamino escritas con una reluciente tinta roja, y al mismo tiempo habían aparecido en el dorso de la mano derecha de Lily. Quedaron grabadas en su piel como trazadas por un bisturí.
—Es una pluma de sangre.—pensó Lily, reconociendo el artefacto. Continuó escribiendo sin siquiera inmutarse.
Ella no le iba a dar la satisfacción de verla retorcerse de dolor.
Una y otra vez, las palabras aparecían grabadas en el dorso de su mano, cicatrizaban y aparecían de nuevo cuando volvía a escribir. A través de la venta, mucho tiempo después, vio que había oscurecido, pero ella no se detuvo. Sabía que no debía hacerlo porque Umbridge la observaba atenta.
—Venga aquí.—ordenó después de unas horas.
Se levantó, le dolía la mano pero fingió no sentir nada.
—La mano.—pidió.
Ella se la tendió y Umbridge la tomó entre las suyas. No se permitió estremecerse ni siquiera cuando Umbridge le tocó la herida con sus regordetes dedos, en los que llevaba varios feos y viejos anillos.
—¡Ay, ay, ay! Veo que todavía no la he impresionado mucho.—comentó con una sonrisa irritada, al ver su tranquilidad.—Bueno, tendremos que intentarlo de nuevo mañana, ¿no? Ya puede marcharse.
—Hasta mañana, profesora Umbridge.—dijo Lily con suavidad, irritando más a la mujer.
Se marchó del despacho. El colegio estaba casi desierto; debía ser más de medianoche. Cuando estuvo lejos del despacho de Umbridge, se echó a correr a su sala común. No le importaba no dormir nada, pero tenía demasiada tarea que hacer y no iba a bajar su promedio por esa mujer.
A la mañana siguiente, se saltó el desayuno debido a que se permitió dormir una hora y media, antes de aparecer pálida y ojerosa en su primera clase. Donde, discretamente, informó a Theo de lo sucedido.
—¡¿Esta loca?!—exclamó en susurros, indignado.— Es ilegal usar una pluma de sangre.
—Dudo mucho que la ley aplique para ella.—masculló Lily.— Ni una palabra de esto a nadie. Puedo soportarlo.
—¿Ni siquiera a Cassius, Astoria y Pansy?
—Pansy es amiga de Draco, para bien o para mal; si la agregue a mi corte es en parte porque fue de las últimas solicitudes de Daphne que la protegiera. Cassius es mi guardián, pero prefiero que se enfoque en cuidar a Astoria. Así que no, recuerda, Theo, solo somos tu y yo.
—¿Y Hermione?
—Hermione va a querer matarla si se entera y romperá a llorar.—suspiró Lily.—prefiero intentar resolver esto y luego decirle.
—De acuerdo.—asintió Theo.— Si no quieres que nadie se entere, ten cuidado. Draco te vigila y por lo que Cassius me informó, parece que ordenó a Crabbe y Goyle seguirte y cuidarte.
El segundo día de castigo fue igual de duro que el anterior. Esa vez la piel del dorso de la mano se irritó más deprisa, y enseguida se le puso roja e inflamada. Lily no creía que siguiera curándose tan bien como al principio.
Al igual que la otra vez, actuó con indiferencia (para gran irritación de Umbridge) y salió pasadas las doce, teniendo que correr nuevamente hasta su sala común para, nuevamente, desvelarse haciendo deberes. Si bien, Theo y Hermione se habían ofrecido a ayudarla con sus deberes, ella no quiso aceptar la ayuda.
El jueves fue igual que el día anterior, solo que el no dormir ya estaba pasando factura al cuerpo de Lily, quien se sintió cansada todo el día. El viernes amaneció sombrío y húmedo, como todos los días de esa semana. Llegó a las cinco en punto para su último castigo, cansada, hambrienta y muy somnolienta, pero sin reflejar ni un poco de dolor en su rostro.
—Vamos a ver si ya ha captado el mensaje.—propuso Umbridge cuando hubo oscurecido. Nuevamente, fue hasta ella y examino las palabras grabadas en su piel. —Bueno, parece que ya me ha comprendido, Potter. Puede marcharse.
Se fue sin decir nada y al llegar a su sala común, se encontró con que su corte se encontraba aún despierta, esperándola.
—Reina, ¿todo bien?—pregunto Cassius.
—¿Cómo han ido las pruebas?—pregunto Lily, ignorando su pregunta y sentándose junto a Theo, quien tomó su mano y besó el dorso cubierto por la túnica, provocando que ella le diera una pequeña sonrisa.
—Bien. Bueno, yo seré el nuevo Guardian. Crabbe y Goyle serán los golpeadores, Theo, Zabini y Malfoy serán los cazadores, y claramente tu eres nuestra buscadora.—informó y ella asintió. Crabbe y Goyle podrían parecer idiotas, pero eran muy buenos jugando.— En fin, mañana a las dos en punto tenemos una sesión de práctica.
—De acuerdo, todos vayan a dormir, ya es tarde.—pidió Lily y estos, notando su humor, obedecieron, dejando solos a Lily y Theo.
—¿Cómo estas?—pregunto preocupado.
—Tranquilo, es mi orgullo el que esta más herido que mi mano.—aseguró Lily con una sonrisa cansada.—Estaba pensando en contactarme con Sirius para contarle lo que ocurre, pero no creo que sea prudente mandar a Hedwig.
—Quizá tengas razón, —admitió Theo— Umbridge, con el respaldo del Ministerio, no tardará mucho en apoderarse de Hogwarts y eres su principal objetivo a destruir, para este punto ya debe tener a alguien listo para querer interceptar tu correspondencia.
—Lo sé. Ya subestime a Umbridge una vez, no volveré a hacerlo.—dijo Lily.
—Lily...
—¿Mmm?
—¿Y si le cuentas a Draco?—sugirió Theo suavemente. Lily lo miro con el ceño fruncido.— Lily...Draco haría cualquier cosa por ti.
—No puedo confiar en el. No cuando el mismo me admitió que trabajaría para Voldemort cuando llegase el momento.—replicó Lily.— No se hable más del tema. Mañana veré como comunicarme con Sirius.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, Lily se veía nuevamente más relajada y descansada. Las lechuzas comenzaron a llegar con sus respectivas entregas. Theo tomó su ejemplar del profeta y abrió los ojos con sorpresa.
—Lily, mira esto.—dijo rápidamente y ella se volteó, tomando el periódico.
TENTATIVA DE ROBO EN EL MINISTERIO
Sturgis Podmore, de 38 años, vecino del número 2 de Laburnum Gardens, Clapham, se ha presentado ante el Wizengamot acusado de entrada ilegal y tentativa de robo en el Ministerio de Magia el 31 de agosto. Podmore fue detenido por el mago de seguridad del Ministerio de Magia, Eric Munch, que lo sorprendió intentando entrar por una puerta de alta seguridad a la una de la madrugada. Podmore, que se negó a declarar en su defensa, fue hallado culpable de ambas acusaciones y condenado a seis meses en Azkaban.
—El tipo pertenecía a la Orden.—susurró Theo, casi inaudiblemente. —¿Qué hacía ahí a la una de la madrugada?
—Sturgis tenía que venir a despedirnos al tren, era parte de la guardia, pero nunca llegó, ¿recuerdas?—dijo Lily en voz baja.— Lo deben haber atrapado antes de que la Orden se enterará y la razón por la que estaba ahí...posiblemente fuera una misión.
—Es lo más probable.—aceptó Theo, doblando el periódico
El fin de semana paso con tranquilidad. Lily consiguió comunicarse con Sirius a través de Kreacher, pudiendo así intercambiarse cartas relatándole lo sucedido esa semana, a lo que el le informó que tuviera cuidado con Umbridge, pues detestaba a los híbridos y mestizos. Por otra parte, el entrenamiento de Quidditch estuvo bien, excelente, podría decirse, considerando que también les llegó la información de que Ron Weasley era el nuevo guardián de Gryffindor.
Sin embargo, la tranquilidad que había vuelto a la vida de Lily desapareció la mañana del Lunes, cuando durante el desayuno, Theo colocó El Profeta sobre la mesa para que ambos vieran la fotografía de Umbridge, que lucía una amplia sonrisa en los labios y pestañeaba lentamente bajo el titular:
EL MINISTERIO EMPRENDE LA REFORMA EDUCATIVA Y NOMBRA A DOLORES UMBRIDGE PRIMERA SUMA INQUISIDORA
Anoche el Ministerio de Magia tomó una decisión inesperada y aprobó una nueva ley con la que alcanzará un nivel de control sin precedentes sobre el Colegio Hogwarts.
«Hace tiempo que el ministro está preocupado por los sucesos ocurridos en Hogwarts —explicó el asistente del ministro, Percy Weasley— Y el paso que acaba de dar ha sido la respuesta a la preocupación manifestada por muchos padres angustiados respecto a la orientación que esta tomando el colegio, una orientación con la que no están de acuerdo».
No es la primera vez en las últimas semanas que el ministro, Cornelius Fudge, utiliza nuevas leyes para introducir mejoras en el colegio de magos. Recientemente, el 30 de agosto, se aprobó el Decreto de Enseñanza n.° 22 para asegurar que, en caso de que el actual director no pudiera nombrar a un candidato para un puesto docente, el Ministerio tuviera derecho a elegir a la persona apropiada.
«Así fue como Dolores Umbridge ocupó su actual puesto como profesora en Hogwarts—explicó Weasley— Dumbledore no encontró a nadie para impartir la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras...y por eso el ministro nombró a Dolores Umbridge, lo que ha constituido, por supuesto, un éxito inmediato porque ha revolucionado por completo el sistema de enseñanza de dicha asignatura y porque así proporciona al ministro información de primera mano sobre lo que esta pasando en Hogwarts.»
El Ministerio ha formalizado esta última función con la aprobación del Decreto de Enseñanza n.°23 que crea el nuevo cargo de Sumo Inquisidor de Hogwarts.
«De este modo se inicia una emocionante nueva fase del plan del ministro para poner remedio a lo que algunos llaman el “descenso de nivel” de Hogwarts.—explicó Weasley—El Inquisidor tendrá poderes para supervisar a sus colegas y asegurarse de que su trabajo alcance el nivel requerido. El ministro ha ofrecido este cargo a la profesora Umbridge, además del puesto docente, y estamos encantados de anunciar que ella lo ha aceptado».
Las nuevas medidas adoptadas por el Ministerio han recibido el entusiasta apoyo de los padres de los alumnos de Hogwarts.
«Estoy mucho más tranquilo desde que se que Dumbledore estará sometido a una evaluación justa y objetiva —declaró el señor Lucius Malfoy, de 41 años, en su mansión de Wiltshire—Muchos padres, que queremos lo mejor para nuestros hijos, estábamos preocupados por algunas de las descabelladas decisiones que ha tomado Dumbledore en los últimos años y nos alegra saber que el Ministerio controla la situación.»
Entre esas descabelladas decisiones están sin duda los controvertidos nombramientos docentes, anteriormente descritos en este periódico, que incluyen al hombre lobo Remus Lupin, al semigigante Rubeus Hagrid y al engañoso ex auror Ojoloco Moody. Abundan los rumores, desde luego, de que Albus Dumbledore, antiguo Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos y Jefe de Magos del Wizengamot, ya no está en condiciones de dirigir el prestigioso Colegio Hogwarts.
«Creo que el nombramiento de la Inquisidora es un primer paso hacia la garantía de que Hogwarts tenga un director en quien todos podamos depositar nuestra confianza.» afirmó una persona perteneciente al ministerio.
Dos de los miembros de mayor antigüedad del Wizengamot, Griselda Marchbanks y Tiberius Ogden, han dimitido como protesta ante la introducción del cargo de Inquisidor de Hogwarts.
«Hogwarts es un colegio, no un puesto de avanzada del despacho de Cornelius Fudge —afirmó la señora Marchbanks— Esto no es más que otro lamentable intento de desacreditar a Albus Dumbledore.»
(En la página 17 encontrarán una detallada descripción de las presuntas vinculaciones de la señora Marchbanks con grupos subversivos de duendes).
—Lo dicho, no tardó mucho en hacerse del control de Hogwarts.—masculló Theo.
—No te estreses tan pronto, —recomendó Lily con una mueca— esto apenas esta comenzando.
Aquel día, Umbridge no superviso ninguna de las clases que tuvieron. Sin embargo, al día siguiente si que lo hizo. Adivinación con Trelawney, a quien no parecía haberle ido muy bien. Después de aquella clase, Theo y Lily se encontraron con Hermione en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, donde después de que Hermione arremetiera contra la profesora al haber leído ya todo el libro y decirle que no concordaba con el autor, Umbridge castigará a Lily.
Otra vez.
—Sí la señorita Granger tiene este tipo de ideas y pensamientos, claramente debe ser por la mala influencia que tiene por amiga, la señorita Potter, por lo que tendrá otras dos semanas de castigo— había dicho Umbridge.
Lily intentó contentarse un poco con el hecho de que durante la supervisión de Transformaciones, Umbridge fue silenciada bruscamente por McGonagall, sin embargo, su situación era tan precaria que eso no fue un gran consuelo.
Era casi media noche cuando Lily salió del despacho de Umbridge. La mano le sangraba tanto que se le había manchado el pañuelo con que se la había envuelto, pero estaba orgullosa de seguir yendo a sus castigos sin demostrar ni un poco de sufrimiento, para irritación de Umbridge.
Cuando llegó a su sala común, se sorprendió de ver que afuera la esperaban Theo y Hermione, esta última tenía la capa de invisibilidad que le prestó para venir, aunque no pensó verla a esa hora.
—Toma.—dijo Hermione mientras le acercaba un pequeño cuenco lleno de líquido amarillo.— pon la mano en remojo, es una solución de tentáculos de murtlap pasteurizados y escabechados. Te ira bien.
Lily metió la mano, dolorida y sangrante, en el cuelo y experimentó una agradable sensación de alivio.
—Gracias.—dijo reconfortada.
—Sigo pensando que deberías quejarte de esto.—opinó Hermione.
—Snape estaría furioso.—apoyó Theo, preocupado.
—Sí, lo más probable.—admitió Lily— Pero ¿Cuánto creen que tardaría Umbridge en aprobar otro decreto diciendo que cualquier profesor que se queje de la Suma Inquisidora será inmediatamente despedido?
Ninguno de los dos respondió.
—Esa mujer es repugnante.—afirmó Hermione con un susurro.—Repugnante. Dentro no es seguro que este ahora que estas...distanciada...de Malfoy, por eso nos quedamos afuera y estaba diciéndole a Theo que tenemos que tomar cartas en el asunto.
—Podríamos envenenarla.—propuso Theo.
—Hablo enserio.—se quejó Hermione.
—Yo también.—afirmó Theo y ella rodó los ojos.
—A mi se me había ocurrido algo....—miró con cierto nerviosismo a Lily y prosiguió.— Se me ha ocurrido que a lo mejor ha llegado el momento de que actuemos por nuestra cuenta. Me refiero a...aprender Defensa Contra las Artes Oscuras nosotros solos.
—Sin ofender, Hermione, pero tengo una cantidad exorbitante de deberes sin terminar por culpa de los castigos.—dijo Lily con una mueca.
—¡Pero esto es más importante que los deberes!—protesto Hermione. Lily y Theo la miraron con ojos desorbitados.— Se trata de prepararnos para lo que nos espera fuera del colegio. Debemos asegurarnos de que verdaderamente sepamos defendernos. Si no aprendemos nada durante un año...Miren, ya hemos superado esa etapa en la que solo podíamos aprender cosas en los libros. Necesitamos un profesor, un profesor de verdad que nos enseñe a usar los hechizos y nos corrija si lo hacemos mal...Y creo...que podrías hacerlo tú, Lily.
Hubo un momento de silencio.
—¿Hacer que?—pregunto Lily, esperanzada en haber escuchado mal.
—Podrías enseñarnos Defensa Contra las Artes Oscuras.
Lily la miró fijamente. Luego dirigió la vista hacia Theo, dispuesta a cambiar con el una de aquellas miradas de exasperación que compartían cuando Hermione les salía con algo descabellado. Sin embargo, para desesperación de Lily, Theo no parecía exasperado, y después de reflexionar unos instantes, dijo:
—No es mala idea que nos enseñes tú. Después de todo, tú me entrenas a mí cada verano.
—Yo no soy un profesor, no puedo...
—Lily, eres la mejor de nuestro curso, y probablemente de todo Hogwarts exceptuando a los profesores, en Defensa Contra las Artes Oscuras. ¡Piensa en todo lo que has hecho!
—¿De que hablas?
—¿Sabes qué? No estoy seguro de querer que me de clases alguien tan despistado como nuestra reina.—se burló Theo.— Vamos a ver...En primero salvaste la Piedra Filosofal de las manos de Voldemort. En segundo mataste al basilisco, destruiste un horrocrux. En tercero ahuyentaste a un centenar de dementores de una sola vez creando el patronus más grande registrado en la historia. El año pasado volviste a pelear con Voldemort...
—De acuerdo, basta.—ordenó Lily.— Lo admito soy buena pero no tienen idea de lo que están pidiendo. No saben lo que se siente cuando uno se enfrenta a situaciones así....nunca nos lo enseñan en clases. En esas circunstancias eres totalmente consciente de que no hay nada que te separe de la muerte salvo tu propio cerebro o agallas, pero tampoco es como que sea muy fácil ponerse a pensar fríamente cuando sabes que estas a milésimas de segundo de que te maten.
—Lily—dijo Hermione con timidez— ¿es que no lo ves? por eso precisamente te necesitamos. Necesitamos saber como es en realidad enfrentarse a...Vo...Voldemort.
—No quiero pensar más en el tema.—dijo Lily negando con la cabeza.— Si tanto insisten podemos practicar nosotros tres, nadie más. Es mi última palabra. Buenas noches.
Sin decir una palabra más, ingresó a la sala común, alcanzando a escuchar como Theo soltaba una risa y decía:
—Como si Lily fuera capaz de negarte algo por mucho tiempo, Hermione.
Dos semanas más tarde (y muchos castigos de Umbridge que Lily ni siquiera merecía después), llegó la salida a Hogsmeade, la cual Lily rechazo por quedarse a hacer sus deberes, sin embargo, la mañana del Lunes, al salir de su habitación, se detuvo en el tablón de anuncios de Slytherin. Los demás alumnos que estaban apiñonados leyendo, se retiraron al ver que su reina se acercaba para leer.
POR ORDEN DE LA SUMA INQUISIDORA DE HOGWARTS
De ahora en adelante quedan disueltas todas las organizaciones y sociedades, y todos los equipos, grupos y clubes.
Se considerará organización, sociedad, equipo, grupo o club cualquier reunión asidua de tres o más estudiantes.
Para volver a formar cualquier organización, sociedad, equipo, grupo o club, será necesario un permiso de la Suma Inquisidora (profesora Umbridge):
No podrá existir ninguna organización ni sociedad, ni ningún equipo, grupo ni club de estudiantes sin el conocimiento y la aprobación de la Suma Inquisidora.
Todo alumno que haya formado una organización o sociedad, o un equipo, grupo o club, o bien haya pertenecido a alguna entidad de este tipo, que no haya sido aprobada por la Suma Inquisidora, será expulsado del colegio.
Esta medida está en conformidad con el Decreto de Enseñanza n.°24.
Firmado:
Dolores Jane Umbridge
Suma Inquisidora.
En un principio, Lily no le dio importancia al anuncio. Después de todo, el equipo de Slytherin tenía prácticamente el permiso ya concedido, gracias a Draco, así que no tenía nada de que preocuparse.
Al menos eso pensó hasta que llegó al Gran Comedor, donde vio como su querida y más amada mejor amiga, su hermana de otra madre, se removía nerviosa en su asiento en la mesa de Gryffindor, intentando aparentar normalidad mientras giraba su cabeza a muchas direcciones, más específicamente a las casas de Ravenclaw y Hufflepuff, y a los de su misma casa, haciendo una seña de que se tranquilizaran.
—¿Debería preocuparme?—cuestionó Lily a Theo, quien observaba el mismo panorama.
—Es probable.—respondió Theo con una mueca.— Ni siquiera yo se lo que se trae entre manos.
Lily suspiró pesadamente y bebió de su té. De reojo miró a Pansy, quien conversaba tranquilamente con Blaise junto a Draco. Cassius y Astoria, por otro lado, estaban en su mundo de amor en la esquina de la mesa. Miró a Theo, siempre a su lado en todo momento y sonrió.
—Theo.
—¿Mmm?
—Te quiero.—dijo Lily con una sonrisa.
Theo la miró incrédulo y rápidamente sonrió enternecido.
—Yo también te quiero, reina.
Recargó su cabeza en el hombro de Theo en un gesto cariñoso impropio de ella pero acorde a la situación. Si Lily no hubiera estado tan perdida en sus pensamientos, quizá hubiera visto como Draco Malfoy rompía el vaso que tenía entre sus manos al ver la escena.
Al final, a pesar de los intentos de ambos amigos para que Hermione confesara lo que sea que estaba ocultando, esta no les quiso decir nada, puesto que, según palabras textuales de ella, no quería meterlos en problemas ni en situaciones incomodas.
Por lo tanto, entre más castigos injustificados de Umbridge (quien había aumentado las horas de castigo), el mes de octubre llegó con una sucesión ininterrumpida de días de viento huracanado y lluvia torrencial, y cuando llegó noviembre, hizo un frío glacial; el gélido viento y las intensas heladas matinales herían las manos y las caras si no se protegían.
El cielo y el techo del Gran Comedor adoptaron un tono gris claro y perlado; las montañas que rodeaban Hogwarts estaban coronadas de nieve, y la temperatura dentro del castillo descendió tanto que muchos estudiantes llevaban puestos sus gruesos guantes de piel de dragón cuando iban por los pasillos de una clase a otra.
Aquel domingo no estaba resultando ser nada bueno para Lily. En realidad, la chica consideraba que quizá era el peor día de su vida. Primero, aquel día había sido el primer partido de Quidditch, Slytherin contra Gryffindor. Claramente habían ganado, aunque no era sorpresa considerando que el buscador de Gryffindor no era muy bueno, que su nuevo guardián era Ron Weasley (quien parecía a punto de desmayarse en el juego) y que su nueva capitana, Angelina Johnson, pecaba de egocéntrica.
Generalmente Lily no solía estresarse por sus partidos de Quidditch, pero esta vez era distinto, estaba muy preocupada debido a que su mano derecha estaba severamente herida por los constantes daños que sufría debido a la pluma de sangre que Umbridge le obligaba a usar durante sus castigos.
Llevaba poco más de dos meses con los castigos de Umbridge, quien la castigaba sin ninguna razón, culpándola de todo lo malo que ocurría en sus clases (ya fuera que un alumno se quedara dormido o que alguien le levantara la voz por su pésima enseñanza). Umbridge incluso había llegado al grado de extender los castigos a los siete días de la semana, desde las tres de la tarde hasta la una de la madrugada.
La situación actual tenía a Lily en, por mucho, la más estresante etapa de su vida. Había bajado cinco kilos debido a la falta de alimentación, estaba pálida y ojerosa por la falta de sueño (puesto que se saltaba comidas y no usaba sus pocas horas de sueño para dormir con tal de hacer sus apuntes y tareas), sufría migrañas cada dos por tres y si aún no se suicidaba era solo porque no quería darle la dicha a Umbridge de suicidarse por ella en lugar de Voldemort.
A decir verdad, Voldemort comenzaba a caerle mejor que ese maldito sapo rosado.
Por todas estas razones, cuando el partido de Quidditch llegó, Lily y todo el equipo estaban preocupados por ella, más nadie dijo nada. Sabían que no era buena idea molestarla. Lily sabía que su mano derecha estaba demasiado adolorida para sujetar bien la escoba, incluso había tenido que comenzar a usar guantes para que nadie notara la herida ni el como de pronto a veces comenzaba a sangrar debido a la falta de cicatrización, pero si no se había rendido con Umbridge, no se rendiría contra los Gryffindor.
Al final, el partido había salido excelente. Ganaron con una victoria aplastando de 350 a 140, sin embargo, el alivio que invadió el cuerpo de Lily al ganar fue olvidado en cuanto Angelina Johnson la tomó del cabello con furia y la lanzó al suelo, dispuesta a golpearla por haber ganado.
En cualquier otro momento, Lily se hubiera defendido e incluso ganado, pero con la mano sumamente herida, la falta de energía y el desgaste de su cuerpo, Lily no pudo hacer más que hacer un hechizo no verbal para lanzarla lejos de ella. Había sido socorrida rápidamente por sus compañeros de equipo, pero para ese punto ya tenía un fuerte golpe en las costillas y su cabello enmarañado.
McGonagall había aparecido rápidamente en la escena, llevando a ambas chicas a su despacho, donde en un principio solo iba a castigar a Johnson obligándola también a pedirle una disculpa a Lily...
Hasta que llegó Umbridge.
—Tan alborotadora y desastrosa como su padre, y como no, teniendo también ese tipo de ascendencia de parte de su madre.—había dicho Umbridge en cuanto McGonagall quiso defenderla.
Lily apretó los puños de solo recordarlo. Ella era una sangre pura, sí, pero eso solo porque la magia ancestral de los Potter la hizo como tal, pero ella nunca había olvidado que su madre era una nacida de muggles y que, en teoría, ella tendría que haber sido mestiza. Y esa maldita mujer había despreciado a su madre por su ascendencia muggle.
Todo terminó en ella castigada desde el medio día hasta ahora, las dos de la madrugada. La habían suspendido del equipo de Quidditch y arrebatado su Saeta de Fuego.
Sintió sus ojos escocer y como un nudo se instalaba en su garganta. Miró hacia abajo, su mano derecha sangraba mucho, pero lo ignoro. Al alzar el rostro, miro a través de una de las ventanas del pastillo mientras caminaba hacia su sala común, cuando de pronto, se detuvo.
Ahí, en los limites del bosque prohibido, la cabaña de Hagrid tenía las luces prendidas.
—Ha vuelto.—susurró Lily, recordando la ausencia de su gigante amigo las últimas semanas.
Sin deseos de volver a su habitación ni de hacer sus deberes, Lily sacó la capa de invisibilidad que cargaba siempre en el bolsillo de su túnica y se cubrió con esta, sacando también el mapa del merodeador.
Tuvo mucha suerte, pues no se encontró con nadie. Cruzó el vestíbulo y salió a los silenciosos y nevados jardines. Echo a andar allí a buen paso, borrando sus pisadas conforme caminaba. Cuando por fin llegó a la puerta de madera de la cabaña, levantó su puño y llamó tres veces, e inmediatamente se oyeron los ladridos de un perro.
—Soy yo, Hagrid.—susurró Lily por la cerradura.
—¡Debí imaginármelo!—respondió con alegría.— Solo hace tres segundos que he llegado a casa...Aparta, Fang, ¡quita de en medio, chucho!— se oyó como descorría el cerrojo, la puerta se abrió con un chirrido y la cabeza de Hagrid apareció en el resquicio. Lily enarcó una ceja al verlo.—Llevas la capa, ¿no? Entra.
Rápidamente entro, quitándose la capa y mirándolo con seriedad. Hagrid sonrió nerviosamente.
—¡No es nada, no es nada!—exclamó rápidamente.
Cerró la puerta y corrió todas las cortinas, pero ella siguió mirándolo con seriedad. Hagrid tenía sangre coagulada en el enmarañado pelo, y su ojo izquierdo había quedado reducido a un hinchado surco en medio de un enorme cardenal de color negro y morado. Tenía diversos cortes en la cara y en las manos, algunos de los cuales todavía sangraban, y se movía con cautela, lo que le hizo sospechar a Lily que, al igual que ella, Hagrid tenía una costilla rota.
Era evidente que acababa de llegar a casa. Había una gruesa capa negra de viaje colgada en el respaldo de una silla, y una mochila donde habrían cabido varios niños pequeños apoyada en la pared, junto a la puerta. Hagrid, que medía dos veces lo que mide un hombre normal, fue cojeando hasta la chimenea y colocó una tetera de cobre sobre el fuego.
—¿Qué te ha pasado? Y no me digas que nada.
—Te digo que estoy bien.—insistió Hagrid sonriente, pero sin poder disimular una mueca de dolor.— ¡Vaya, cuanto me alegro de verte! ¿Has pasado un buen verano? ¿Cómo están Theo y Hermione? ¿Porqué no vinieron contigo?
Fue hacia la enorme mesa de madera que había en el centro de la cabaña y levantó un trapo de cocina que había encima. Debajo del trapo había un filete de color verdoso, crudo y sangrante, del tamaño de un neumático de coche.
—Carne de Dragón.—dijo Lily y Hagrid asintió.
Tomó el filete y se lo colocó sobre la parte izquierda de la cara. Un hilo de sangre verdosa resbaló por su barba y Hagrid emitió un débil gemido de satisfacción.
—Así está mejor. Va muy bien para aliviar el dolor.
—¿Te han atacado los gigantes?—cuestionó Lily. Los dedos de Hagrid resbalaron por el filete de dragón, que descendió hasta el pecho haciendo un ruido parecido al de la succión.
—¿Los gigantes?—repitió Hagrid, mientras agarraba el filete antes de que le llegaba al cinturón y se lo colocaba de nuevo en la cara.— ¿Quién ha dicho nada de gigantes? ¿Con quién has estado hablando? ¿Quién te ha dicho que estaba...?
—Me lo imagine yo sola.—respondió Lily.— Era evidente.
Hagrid la miro con severidad; entonces dio un resoplido, dejó el filete en la mesa y fue a grandes zancadas hasta la tetera, que había empezado a silbar.
—No se que te pasa, pero siempre tienes que saber más de lo que deberías.—masculló mientras le servía un poco de té a Lily.— Y no creas que es un cumplido. Eres una entrometida. Y muy indiscreta.
—Créeme que no me importa. Con tus regaños solo me confirmas que es verdad. Bueno, eso y tus heridas me lo confirman. ¿Dónde los encontraste?
—En las montañas.
—¿Mmm? ¿Cómo es que los muggles no...?
—Te equivocas. Lo que pasa es que sus muertes siempre se atribuyen a accidentes de alpinismo.
Hagrid se ajusto un poco el filete para que le tapara la parte más magullada de la cara. Lily suspiro.
—Anda, cuéntame lo que hiciste y yo te cuento como tuve un encuentro con dementores, termine en una vista disciplinaria en un juzgado penal del Wizengamot porque quería expulsarme de Hogwarts y como Umbridge, la Suma Inquisidora, está haciendo mi vida miserable.
—Bueno...parece que te ha ido peor que a mí.—dijo Hagrid preocupado y ella sonrió con tristeza.
Así, Hagrid comenzó a relatar lo sucedido:
—Bueno, salimos de aquí, Olympe y yo, en cuanto terminó el curso. Íbamos los dos solos y he de decir que a Olympe no le importa prescindir de las comodidades. Verás, ella es muy fina y siempre va muy bien vestida, y como yo sabía a dónde íbamos, me preguntaba como encajaría, eso de trepar rocas y dormir en cuevas, pero te aseguro que no la oí rechistar ni una sola vez.
—¿Ya sabías donde estaban los gigantes?
—No, Dumbledore nos lo dijo. No es que sea un lugar secreto, lo que pasa es que a la mayoría de los magos no les interesa saber dónde están, así que necesitábamos las instrucciones de Dumbledore. Tardamos cerca de un mes en llegar a...
—¿Qué?—lo miro impresionada y suspiro.—Me imagino que no pudieron usar un trasladador porque los tienen vigilados, ¿cierto?
—Así es. El Ministerio vigila de cerca a Dumbledore y a todos los que están a su favor. Pero bueno, tuvimos que ir con mucho cuidado, porque Olympe y yo...destacamos un poco...de modo que resulta no muy difícil seguirnos la pista. Fingimos que nos íbamos de vacaciones juntos. Llegamos a Francia e hicimos ver que nos dirigíamos al colegio de Olympe, porque sabíamos que alguien del Ministerio estaba siguiéndola. Teníamos que avanzar muy despacio porque no debíamos emplear la magia, pues también sabíamos que el Ministerio buscaba cualquier excusa para echarnos el guante. Pero en Dijon conseguimos dar esquinazo al imbécil que nos seguía. Después de eso pudimos hacer un poco de magia y el viaje no estuvo tan mal. En la frontera polaca nos topamos con un par de trols chiflados, y yo tuve un pequeño percance con un vampiro en una taberna de Minsk, pero apare de eso el viaje fue pan comido.
»Entonces llegamos a las montañas y empezamos a buscar señales de los gigantes. Cuando nos acercábamos a donde estaban, tuvimos que dejar de emplear la magia. En parte porque a ellos no les gustan los magos y no queríamos irritarlos antes de tiempo, pero también porque Dumbledore nos había advertido que Quien-tu-sabes también debía de andar buscando a los gigantes. Dijo que lo más probable era que ya les hubiera enviado un mensajero. Nos aconsejó que tuviéramos mucho cuidado y no llamáramos la atención cuando estuviéramos cerca, por si había mortífagos por allí.
»Los encontramos. Una noche alcanzamos la cresta de una montaña y allí estaban, diseminados a nuestros pies. Allá abajo ardían pequeñas hogueras y unas sombras inmensas...Era como si viéramos moverse trozos de montaña, miden unos seis metros, los más altos llegan a medir casi ocho metros y había unos, yo calculo, entre setenta u ochenta.
—¿Sólo?—se extrañó Lily.
—Sí.—confirmó con tristeza.—Solo quedan esos y eso que antes había muchísimos. Debía de haber unas cien tribus diferentes en todo el mundo, pero hace años que se están extinguiendo. Los magos mataron a unos cuantos, desde luego, pero básicamente se mataron entre ellos y ahora desaparecen más rápido que nunca porque no están hechos para vivir amontonados de esa forma. Dumbledore opina que es culpa nuestra, es decir, que fuimos los magos los que los obligamos a irse a vivir tan lejos de nosotros, y que ellos no tuvieron más remedio que unirse para protegerse.
»Pero bueno, los vimos y esperamos a que se hiciera de día; no queríamos aparecer entre ellos a oscuras porque era peligroso. Hacia las tres de la madrugada se quedaron dormidos donde estaban, aunque nosotros no nos atrevimos a dormir. Primero, porque no queríamos que ninguno despertara y nos descubriera, y además, porque los ronquidos eran increíbles. Antes del amanecer provocaron un alud. En fin, cuando se hizo de ida, bajamos a verlos.
—¿Así nada más?
—Bueno, Dumbledore nos explicó como teníamos que hacerlo. Había que llevarle regalos al Gurg y mostrarse respetuoso con él, ya saben. ¡Ah, el Gurg significa jefe!
—¿Y como supiste cual era?
—No resulto difícil. Era el más grande, el más feo y el más vago de todos. Estaba allí sentado esperando a que los otros le llevaran la comida. Cabras muertas y cosas así. Se llamaba Karkus. Debía medir unos siete metros y pesar como dos elefantes macho. Y tenía una piel que parecía rinoceronte. Los gigantes estaban instalados en una hondonada entre cuatro montañas muy altas, junto a un lago, y Karkus estaba tumbado a orillas del lago y les gritaba a los otros que les llevaran comida a el y a su esposa. Olympe y yo bajamos por la ladera de la montaña...
—¿No intentaron matarlos?
—Estoy seguro de que a unos cuantos se les ocurrió esa idea, pero nosotros hicimos lo que nos había recomendado Dumbledore: sostener en alto nuestro regalo, mirar siempre al Gurg e ignorar a los demás. Y eso fue lo que hicimos. Los otros gigantes se quedaron callados al vernos pasar, y nosotros llegamos a donde estaba Karkus, lo saludamos con una reverencia y dejamos nuestro regalo en el suelo, a sus pies.
—¿Qué se le regala a un gigante?
—Le llevamos magia. A los gigantes les encanta la magia, lo que no les gusta es que nosotros la utilicemos contra ellos. El primer día le llevamos una rama de fuego de Gubraith.
—Fuego eterno, suena bien.—asintió Lily.
—Veras, Dumbledore hechizó aquella rama para que ardiera eternamente, algo que no todos los magos son capaces de hacer. La dejé sobre la nieve, a los pies de Karkus y dije: «Un regalo de Albus Dumbledore para el Gurg de los gigantes, con sus cordiales saludos»
—¿Y el que dijo?
—Nada, no sabía hablar nuestro idioma.
Lily rio ligeramente y Hagrid también.
—Pero no importo. Dumbledore ya nos había advertido sobre esa posibilidad. Karkus entendió lo suficiente para llamar a gritos a un par de gigantes que sí sabían, y ellos hicieron de interpretes. Se puso como loco de contento cuando comprendió lo que era el regalo. Estaba entusiasmado y entonces le dije: «Albus Dumbledore ruega al Gurg que hable con su mensajero cuando mañana regrese con otro regalo»
—¿Porqué no podías hablar con ellos aquel día?
—Dumbledore quería tomarse las cosas con calma para que vieran que cumplíamos nuestras promesas. Si les dices «Mañana volveremos con otro regalo», y al día siguiente cumples con lo que has prometido, les causas una buena impresión. Además, así tienen tiempo de probar el primer regalo y comprobar que es un buen obsequio, y entonces quieren más. En fin, si los agobias con mucha información, los gigantes como Karkus te matan aunque sólo sea para simplificar las cosas. Así que nos marchamos de allí, haciendo reverencias y buscamos una bonita cueva donde pasar la noche; a la mañana siguiente volvimos al campamento de los gigantes, y esta vez encontramos a Karkus sentado muy tieso, esperándonos impaciente. Primero le entramos un precioso yelmo fabricado por duendes, indestructible. Luego nos sentamos a hablar con el.
—Me supongo que no dijo gran cosa.
—Ciertamente.—admitió.— En realidad se limitó a escuchar. Pero vimos algunos buenos indicios. Karkus había oído hablar de Dumbledore y sabía que no había estado de acuerdo con el exterminio de los últimos gigantes de Gran Bretaña. Le interesaba mucho enterarse de lo que quería decirle Dumbledore. Algunos gigantes, sobre todo los que entendían algo de nuestro idioma, se acercaron a escuchar. Aquel día nos marchamos muy esperanzados. Prometimos volver a la mañana siguiente con otro regalo. Pero aquella noche todo salió mal.
—¿Qué ocurrió?
—Como te dije, los gigantes no están hechos para vivir en grupos tan numerosos. No pueden evitarlo, se pelean a cada momento. Los hombres riñen entre sí, y las mujeres, entre ellas; del mismo modo, los que quedan de las antiguas tribus riñen entre ellos y eso sin que haya discusiones por la comida, ni por las mejores hogueras ni por los mejores enclaves para dormir. Lo lógico sería que vivieran en paz, dado que su raza está a punto de extinguirse, pero...aquella noche se armó una pelea. Nosotros lo vimos todo desde la entrada de nuestra cueva, que estaba orientada hacia el valle. Duró varias horas, y no te imaginas el ruido que hacían. Cuando salió el sol, vimos que la nieve se había teñido de rojo y que su cabeza, la de Karkus, estaba en el fondo del lago. Había un nuevo Gurg, Golgomath. Nosotros no habíamos contado con tener que tratar con un nuevo Gurg dos días después de haber establecido contacto con el primero, e intuíamos que Golgomath no iba a mostrarse tan dispuesto a escucharnos, pero de todos modos debíamos intentarlo.
—¿Fuiste a hablar con el, después de ver como le arrancaba la cabeza a otro gigante?
—¡Pues claro! ¡No habíamos ido hasta allí para abandonar al segundo día. Bajamos hasta el campamento con el siguiente regalo que teníamos preparado para Karkus. Antes de abrir la boca, yo ya sabía que no conseguiríamos nada. Golgomath estaba sentado con el yelmo de Karkus puesto, y nos miraba con una sonrisa irónica en los labios. Era inmenso, uno de los gigantes más grandes del campamento. Tenía el cabello negro, a juego con los dientes, y llevaba un collar hecho de huesos. Algunos parecían humanos. Bueno, a pesar de todo decidí intentarlo: saqué un gran rollo de piel de dragón y dije: «Un regalo para el Gurg de los gigantes...» Pero antes de que acabara la frase estaba colgado cabeza abajo, pues dos de sus amigos me habían cogido por los pies.
»No habría podido librarme si Olympe no hubiera estado allí. Sacó su varita y los atacó con una rapidez que yo jamás había visto. Estuvo magnífica. A los dos gigantes que me sujetaban les echó una maldición de conjuntivitis, y entonces me soltaron inmediatamente. Pero estábamos metidos en un buen lío porque habíamos utilizado la magia contra ellos, y eso es lo que los gigantes no soportan de los magos. Tuvimos que poner pies en polvorosa, y sabíamos que ya no íbamos a poder volver al campamento.
—¿Entonces porque tardaste tanto en volver si solo estuviste allí tres días?
—¡No nos marchamos al cabo de tres días! ¡Dumbledore confiaba en nosotros.
—¡Me acabas de decir que ya no podían volver al campamento!
—No, de día no. Teníamos que replantearnos la estrategia. Pasamos un par de días escondidos en la cueva observando a los gigantes. Y lo que vimos no nos gusto nada. Pronto comprendimos que no le caían mal a Golgomath todos los magos, sino que solo éramos nosotros.
—Mortífagos.
—Sí. Un par visitaban al Gurg todos los días y le llevaban regalos, y el Gurg no los colgaba por los pies. Reconocí a uno de ellos, Macnair. Esta loco de remate. Disfruta tanto como Golgomath matando; no me extraña que se llevaran tan bien.
—¿Y convenció a los gigantes de que se unieran a Voldemort?
—¡Un momentito, que todavía no he terminado mi historia!
—¡Hace unos minutos ni siquiera queríamos contarme!
—Sí, sí, sí. Bueno, Olympe y yo estuvimos cambiando impresiones y llegamos a la conclusión de que el hecho de que el Gurg prefiriera a Quien-Tu-Sabes no significaba que los demás también lo prefirieran. Teníamos que intentar convencer a unos cuantos de los otros, es decir a los que no querían tener a Golgomath como Gurg.
—Y me supongo que esos eran los que habían quedado hechos papilla.
—Exacto. Los que tenían un poco de sensatez se mantenían alejados de Golgomath y estaban escondidos en las cuevas que había alrededor del barranco, como nosotros. Así que decidimos ir a fisgonear allí por la noche para intentar convencer a algunos. Sinceramente los gigantes no eran los que nos preocupaban, sino los Mortífagos.
»Antes de que partiéramos, Dumbledore nos había advertido que no nos enfrentáramos a ellos si podíamos evitarlo, y el problema era que los mortífagos sabían que estábamos por allí, porque lo lógico era que Golgomath se lo hubiera contado. Por la noche, cuando los gigantes dormían y nosotros queríamos ir a inspeccionar las cuevas, Macnair y el otro mortífago nos buscaban por las montañas. me costó trabajo impedir que Olympe se abalanzara sobre ellos. Estaba ansiosa por atacarlos...Olympe es increíble cuando se enfada...se pone furiosa de verdad...Debe ser por la sangre francesa que lleva en las venas.
Hagrid se quedó mirando el fuego con ojos llorosos. Lily le permitió treinta segundos de embelesamiento, antes de preguntar:
—Ajá, ¿y luego?
—Ah, sí. Sí, los encontramos. La tercera noche después de que mataran a Karkus, salimos de la cueva donde estábamos escondidos y bajamos al barranco, con los ojos muy abiertos por si rondaba por allí algún mortífago. Entramos en algunas cuevas, pero sin éxito. Y entonces, creo que fue en la sexta, encontramos a tres gigantes escondidos. Probablemente nos hubieran atacado si se hubieran hallado en mejores condiciones, pero estaban los tres malheridos porque los secuaces de Golgomath los habían apaleado hasta dejarlos inconscientes. Tras recobrar el conocimiento, se habían refugiado en el primer sitio que habían encontrado. En fin, uno de ellos sabía un poco de nuestro idioma e hizo de intérprete para los otros, y lo que les dijimos no les pareció mal. Así que mas tarde volvimos a su cueva para visitar a los heridos. Creo que hubo un momento en que tuvimos convencidos a seis o siete.
—¿Y qué ocurrió?
—Los secuaces de Golgomath asaltaron las cuevas. Después de eso, los que sobrevivieron no quisieron saber nada más de nosotros...pero cumplimos con lo que habíamos ido a hacer: les llevamos el mensaje de Dumbledore, y algunos lo oyeron y espero lo recuerden. A lo mejor los que no quieran quedarse con Golgomath se marchan de las montañas, y quizá recuerden que Dumbledore se mostró amable con ellos...Es posible que aún vengan.
—Lo dudo.—admitió Lily.
—Si, yo también.
La nieve estaba estaba acumulándose en la ventana y entonces Lily se dio cuenta de que su túnica de Quidditch (porque la maldita de Umbridge no la había dejado cambiarse) estaba empapada a la altura de las rodillas: Fang babeaba con la cabeza apoyada en su regazo. Lily lo acarició.
—¿Pudiste saber algo sobre tu madre?—pregunto con suavidad.
—Murió hace muchos años. Me lo dijeron.
—Lo lamento.
—No pasa nada. Casi no me acuerdo de ella. No era muy buena madre.
—Aún no me has explicado porque has tardado tanto en volver.—dijo Lily cambiando el tema.— Sirius dijo que Madame Maxime volvió hace mucho tiempo. ¿Quién te atacó?
—¡No me han atacado! Es que...
Unos súbitos golpes en la puerta acallaron el resto de sus palabras. Lily rápidamente escondió la taza y se colocó la capa encima. Fang ladraba furioso mirando la puerta. Hagrid estaba muy aturdido. Apartó con un pie a Fang y abrió.
Umbridge estaba plantada en el Umbral, con su capa verde de tweed y un sombrero a juego con sus orejeras. Se echó hacia atrás con los labios fruncidos para ver la cara de Hagrid, a quien a penas le llegaba a la altura del ombligo.
—Usted es Hagrid, ¿verdad?—dijo despacio y en voz muy alta. A continuación entró en la cabaña sin esperar una respuesta, dirigiendo sus saltones ojos en todas direcciones.—¡Largo!—exclamó con brusquedad agitando su bolso frente a Fang, que se le había acercado dando saltos e intentaba lamerle la cara.
—Oiga, no querría parecer grosero.—dijo Hagrid— pero, ¿Quién demonios es usted?
—Me llamo Dolores Umbridge.
—¿Dolores Umbridge? Creí que era una empleada del Ministerio, ¿no trabajaba con Fudge?
—Sí, antes era la subsecretaria del Ministro. Ahora soy la profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras...
—Es usted valiente. Ya no hay mucha gente dispuesta a ocupar esa plaza...
—Y la Suma Inquisidora de Hogwarts.
—¿Qué es eso?—pregunto Hagrid frunciendo el ceño.
—He oído una voz.—comentó con calma.
—Me gusta hablar solo, a veces también con Fang. Me contesta....en cierto modo, claro. A veces digo que Fang es casi humano...
Umbridge se dio la vuelta y volvió a recorrer la cabaña, estudiando atentamente todo lo que la rodeaba. Se agachó y miró debajo de la cama. Abrió los armarios de Hagrid. Pasó a solo cinco metros de donde estaba Lily, pegada contra la pared. Tras examinar detenidamente el inmenso caldero que Hagrid utilizaba para cocinar, volvió a darse la vuelta y preguntó:
—¿Qué le ha ocurrido? ¿Cómo se ha hecho esas heridas?
Hagrid se apresuró a quitarse el filete de dragón de la cara, lo cual, en opinión de Lily, fue un error, porque dejó al descubierto el tremendo cardenal que tenía alrededor del ojo, por no mencionar la gran cantidad de sangre fresca y coagulada que le cubría la cara.
—Es que...he sufrido un pequeño accidente.
—¿Qué tipo de accidente?
—Pues...tropecé.
—Tropezó.—repitió con frialdad.
—Sí, eso. Con..., con la escoba de un amigo mío. Yo no vuelvo. Comprenderá que con mi estatura...No creo que haya escobas adecuadas para mí. Tengo un amigo que se dedica a la cría de caballos abrazan, no sé si los habrá visto alguna vez, son unas bestias enormes, con alas, ¿sabe? Una vez monté uno y fue...
—¿Dónde ha estado?
—¿Qué donde he...?
—Estado, sí. El curso empezó hace poco más de dos meses. Otra profesora ha tenido que hacerse cargo de sus clases. Ninguno de sus colegas ha sabido darme ninguna información acerca de su paradero. No dejó usted ninguna dirección. ¿Dónde ha estado?
Entonces se produjo una pausa durante la cual Hagrid miró a Umbridge con el ojo que acababa de destapar. A Lily le pareció que podía oír el cerebro de su amigo trabajando a toda máquina.
—Pues...he estado fuera por motivos de salud.
—Por motivos de salud. Ya.
—Sí, necesitaba un poco de aire fresco, ¿sabe?
—Claro, porque como guardabosques no debe de tener ocasión de respirar mucho aire fresco.
—Bueno, me convenía un cambio de ambiente...
—¿Ambiente de montaña?—sugirió Umbridge con rapidez.
—Lo sabe.—pensó Lily.
—¿De montaña? No, no, fui al sur de Francia. Me apetecía un poco de sol...y de mar...
—¡No me diga! Pues no está muy moreno.
—Sí, ya...es que tengo una piel muy sensible.—dijo Hagrid intentando forzar una sonrisa conciliadora. Lily se dio cuenta que le faltaban dos dientes. Umbridge se quedó mirándolo fijamente y la sonrisa de Hagrid flaqueó. Entonces la bruja se subió un poco más el bolso, hasta el codo, y dijo:
—Informaré al Ministerio de su tardanza, como es lógico.
—Claro.
—También debería usted saber que como Suma Inquisidora es mi deber supervisar a los profesores de este colegio. De modo que me imagino que volveremos a vernos muy pronto.—añadió dando la vuelta bruscamente y dirigiéndose a la puerta.
—¿Qué nos esta supervisando?
—En efecto. El Ministerio está decidido a descartar a los profesores insatisfactorios, Hagrid. Buenas noches.
Y a continuación salió de la cabaña y cerró la puerta, que hizo un ruido seco. Hagrid cruzó la habitación y aparto un poco la cortina para mirar afuera.
—Vuelve al castillo.—dijo en voz baja.—Caramba, así que está supervisando a los profesores, ¿eh?
—Sí.—Lily se quitó la capa.— Trelawney está en periodo de prueba. ¿Qué tienes planeado para nuestras clases?
—Oh, no te preocupes por eso, tengo un montón de clases planeadas.—respondió con entusiasmo, volviendo a ponerse el filete en el ojo.—Tenía un par de criaturas guardadas para su año del TIMO. Ya veras, son muy especiales.
—¿Especiales en que sentido?—pregunto Lily con una mueca.
—No pienso decirte.—repuso alegremente.—Quiero que sea una sorpresa.
—Hagrid.—lo llamó seriamente.— tienes que aprobar la supervisión de Umbridge.
—Tranquila, lo que tengo preparado es impresionante. Llevo años criándolos, creo que tengo la única manada doméstica de Gran Bretaña.
—Hagrid...Umbridge esta buscando excusas para deshacerse de los profesores que estén, según ella, vinculados a Dumbledore. Por favor...
—Mira, ha sido un día muy largo y se hace tarde.—dijo, dándole unas palmaditas en el hombro a Lily, a quien se le doblaron las rodillas y cayó al suelo con un ruido sordo— ¡Oh, lo siento!— la ayudo a levantarse tirando del cuello de su túnica— No te preocupes por mí, te prometo que tengo cosas estupendas pensadas para las clases ahora que he vuelto...Será mejor que regreses cuanto antes al castillo.
Lily, conocedora de lo terco que era su amigo, solo negó con la cabeza y se fue en silencio. Mientras caminaba hacia el colegio, se dio cuenta que en la nieve había un pequeño rastro de sangre. Miró su mano derecha, la cual había estado sangrando todo el tiempo y ella no le había prestado atención. No sabía si Umbridge había notado ese rastro, esperaba que no.
Su corazón se había alegrado un poco al hablar con Hagrid, pero ahora que estaba de vuelta al castillo y que sabía que Umbridge, quien detestaba a las criaturas y a los híbridos, acababa de prácticamente amenazar a Hagrid sin que este se diera cuenta, su tristeza había vuelto.
Miró sus guantes negros, el de la derecha completamente empapado por sangre. Sus heridas hace mucho que ya no sanaban. Sus ojos volvieron a llenarse de lagrimas, pero mordió su labio inferior para no llorar.
Entro a su sala común y se detuvo. Todo estaba a oscuras, solo ligeramente iluminado por el fuego de la chimenea. Miró al suelo.
Estaba harta.
Harta de ser fuerte.
Harta de fingir que podía con lo que estaba viviendo.
Harta de ser tratada tan injustamente.
¿Qué se supone que debía hacer? Umbridge ya era prácticamente la autoridad suprema en Hogwarts. Ya le había destrozado casi por completo su mano derecha y no pararía hasta que rogara piedad de rodillas en su despacho (e incluso así seguramente solo la torturaría más).
No solo ella estaba en problemas, Hagrid posiblemente no tardaría mucho en ser desechado. Umbridge era capaz de enviarlo a Azkaban por su mera existencia. En realidad, incluso sus amigos peligraban, ¿Cuánto más tardaría Umbridge antes de castigar a Hermione por seguir provocandola? ¿O a Theo por intentar defenderla las últimas veces que la castigo?
No podía hacer nada. Ella no era nada en ese momento. Sí, era la reina de Slytherin, su casa aún la respetaba como tal, en especial sabiendo que no le daba gusto a Umbridge de verla derrumbada, pero ciertamente Lily Potter no tenía ni la fuerza ni el poder para vencer a esa mujer. Todo, incluido su espíritu, estaba casi destruido.
Sus piernas llegaron hasta aquella puerta negra con una enorme placa de una serpiente de plata. Toco suavemente tres veces y la puerta se abrió casi al terminó del tercer toque. La primera lagrima resbalo por su mejilla.
—Draco...—susurró.