Potter Girl [Draco Malfoy]

Chapter Capítulo 72



La Navidad en la Madriguera no había sido tan mala, después de todo, estaba con su padrino, Remus y sus dos mejores amigos, Theo y Hermione. Más aparte, no todos los Weasley le desagradaban. Los gemelos Weasley siempre era agradables con ellos, igual que Bill y Charlie, aunque este último no había podido venir por su trabajo.

La mañana de Navidad, entre los regalos de Lily había un jersey con una gran snitch dorada bordada en la parte delantera, tejido por la señora Weasley; una gran caja de productos de Sortilegios Weasley, regalo de los gemelos; una caja de chocolates recién hechos de Kreacher; un gorro tejido de Dobby; un libro bastante grande de magia oscura, cortesía de Sirius y Remus; un lindo vestido de una exclusiva boutique italiana, de parte de Blaise; un bello collar de perlas, de parte de Theo; un cuadro enmarcado con la fotografía de ella, Theo y Hermione, junto a una caja de chocolates, de Hermione.

Y, finalmente, un cofre de madera que decía «Se abrirá cuando más lo necesites, te amo.», indudablemente un regalo de Draco. No venía firmado, pero ella reconocería la firma donde sea.

A la hora de comer, cuando se sentaron a la mesa, todos llevaban jerséis nuevos; todos excepto Fleur, Lily, Theo y Hermione, estos tres como protesta ante el hecho de que la señora Weasley claramente no se había dignado a tejerle uno.

La señora Weasley lucía un sombrero de bruja azul marino nuevecito, con diminutos diamantes que formaban relucientes estrellas, y un vistoso collar de oro.

—¡Regalos de Fred y George! ¿Verdad que son preciosos?

—Es que desde que nos lavamos nosotros los calcetines te valoramos más, mamá.—comentó George con un ademán indolente

—Egues peog que esa Tonks—dijo Fleur viendo a Ron, quién se le había caído la salsera, a lo que Bill con un movimiento de varita arreglo el desastre. Fleur lo besó para darle las gracias.— Siempge lo tiga todo...

—Invité a nuestra querida Tonks a que hoy comiese con nosotros—comentó la señora Weasley, quien fulminaba con la mirada a Fleur.—Pero no ha querido venir. ¿Has hablado con ella últimamente, Remus?

—¿Yo por qué?—pregunto Remus confundido.—No he hablado con nadie más que con mi familia.—respondió, refiriéndose a Sirius y Lily.— Pero supongo que Tonks pasará la Navidad con su familia, ¿no?

—Hum. Puede ser. Pero me dio la impresión de que pensaba pasarla sola.

La señora Weasley le lanzó una mirada de enojo a Remus, como si él tuviera la culpa de que su futura nuera fuera Fleur y no Tonks. A su vez Lily miró a Fleur, que en ese momento le daba a Bill trocitos de pavo con su propio tenedor, y pensó que la señora Wealsey estaba librando una batalla perdida de antemano.

—¡Chicos!—exclamó de pronto, la señora Weasley, levantándose de la silla para mirar por la ventana de la cocina.— ¡Chicos, es Percy!

Todos se giraron para ver por la ventana. En efecto, Percy Weasley avanzaba con dificultad por el nevado jardín. Pero no venía solo.

—¡Chicos, viene...viene con el ministro!

En efecto, el hombre al que Lily había visto en El Profeta avanzaba detrás de Percy cojeando ligeramente, con la melena entrecana y la negra capa salpicadas de nieve. Antes de que nadie dijera nada, la puerta trasera se abrió y Percy se plantó en el umbral. Hubo un breve pero incómodo silencio. Entonces Percy dijo con cierta rigidez:

—Feliz Navidad, madre.

—¡Oh, Percy!—exclamó ella y se lanzó a los brazos de su hijo.

Rugus Scrimgeour, apoyado en su bastón, se quedó en el umbral sonriendo mientras observaba la tierna escena.

—Les ruego perdonen esta intrusión.—se disculpó cuando la señora Weasley lo miró secándose las lágrimas, radiante de alegría.—Percy y yo estábamos trabajando aquí cerca, ya saben, y su hijo no ha podido resistir la tentación de pasar a verlos a todos.

Sin embargo, Percy no parecía tener intención de saludar a ningún otro miembro de su familia. Se quedó quieto, tieso como un palo, muy incómodo y sin mirar a nadie en particular. Bill, Fred y George lo observaban con gesto imperturbable.

—¡Pase y siéntese, por favor, señor ministro! Coma un moco de pavo...¡Ay, perdón! Quiero decir un poco de...

—No, no, querida Molly.—dijo Scrimgeour y Lily supuso que el ministro le había preguntado a Percy el nombre de su madre antes de entrar en la casa.—No quiero molestar, no habría venido si Percy no hubiera insistido tanto en verlos...

—¡Oh, Percy!—exclamó de nuevo la Señora Weasley, con voz llorosa y poniéndose de puntillas para besar a su hijo.

—Solo tenemos cinco minutos—añadió el ministro—así que ire a dar un paseo por el jardín mientras ustedes charlan con Percy. No, no, le repito que no quiero molestar. Bueno, si alguien tuviera la amabilidad de enseñarme su bonito jardín...¡Ah, veo que esa joven ya ha terminado! ¿Por qué no me acompaña ella a dar un paseo?

Todos mudaron perceptiblemente el semblante y miraron a Lily. Nadie se tragó que Scrimgeour no supiera su nombre, ni les pareció lógico que la eligiese a ella para dar un paseo por el jardín, puesto que Theo, Hermione, Ginny y Fleur también tenían los platos listos.

Antes de que Sirius se levantara con la clara intención de despotricar contra el ministro, Lily sonrió de lado.

—Que poco disimulado.—se burló Lily con voz fría y se levantó.— Pero de acuerdo.

Era obvio que el verdadero motivo de la visita era que el ministro quería hablar a solas con Lily Potter.

—¡Estupendo!—exclamó Scrimgeour y se apartó para que Lily saliese primero.—Solo daremos una vuelta por el jardín, y luego Percy y yo nos marcharemos. ¡Sigan, sigan con lo que estaban haciendo!

Se dirigieron hacia el jardín de los Weasley, frondoso y cubierto de nieve; Scrimgeour cojeaba un poco. Lily sabía que, antes que ministro, había sido el jefe de la Oficina de Aurores; tenía un aspecto severo y curtido y no se parecía en nada al corpulento Fudge con su característico bombín.

—Precioso.—observó Scrimgeour, deteniéndose junto a la valla del jardín y contempló desde allí el nevado césped y las siluetas de las plantas, que apenas se distinguían. —Realmente precioso.

Lily no comentó nada. Era consciente de que el ministro la observaba de reojo.

—Hacía mucho tiempo que quería conocerte.—dijo Scrimgeour al cabo de un momento.—¿Lo sabías?

—No.—admitió Lily con tranquilidad.— Pero soy Lily Potter, no me sorprende que quien sea quiera conocerme.

—Bueno sí, desde hace mucho tiempo he querido conocerte. Ya lo creo. Pero Dumbledore siempre te ha protegido. Es natural, desde luego, muy natural, después de todo lo que ha pasado...Y especialmente después de lo sucedido en el ministerio...—esperó a que Lily dijera algo, pero ella permaneció callada, así que continuó:— Estaba deseando que se presentara una ocasión para hablar contigo desde que ocupé mi nuevo cargo, pero Dumbledore lo ha impedido una y otra vez, lo cual es muy comprensible.

Lily siguió expectante.

—¡Qué rumores han circulado de un tiempo a esta parte!—exclamó Scrimgeour.—Aunque ya se sabe que las historias se tergiversan...Todas esas murmuraciones acerca de una profecía...De que tú eras «La Elegida»...Supongo que Dumbledore te habrá hablado de esas cosas.

—Obviamente.

—Claro, claro.—comentó Scrimgeour, quién la miraba con ojos entornados, así que fingió estar muy interesada en un gnomo.— ¿Y qué te ha contado Dumbledore, Lily?

—Pesé a la creencia popular, nunca he tenido buena relación con el director, se podría decir que nos toleramos.—dijo Lily y lo miró con frialdad.— Pero sobre todo, lo que hablemos el y yo, eso es asunto nuestro.

No le importaba no estar siendo educada. Oh, claro que no. El ministerio siempre había sido una mierda con ella, no tenía porque ser educada.

Ella era Lily Potter.

No le debía nada a nadie.

—Por supuesto, por supuesto.—carraspeó, incómodo.— Si se trata de asuntos confidenciales, no quisiera obligarte a divulgar...No, no. Además, en realidad no importa que seas o no la Elegida.

—No sé a que se refiera, ministro. —fingió ignorancia.

—Bueno, a ti te importará muchísimo, desde luego.—dijo Scrimgeour y soltó una risita.—Pero para la comunidad mágica en general...Todo es muy subjetivo, ¿no? Lo que interesa es lo que cree la gente. Verás, la gente cree que tú eres la Elegida. Te consideran un gran héroe, ¡y lo eres, Lily, elegida o no! ¿Cuántas veces te has enfrentado ya a El-que-no-debe-ser-nombrado! En fin, el caso es que eres un símbolo de esperanza para muchas personas. El hecho de pensar que existe alguien que tal vez sería capaz de destruir a El-que-no-debe-ser-nombrado, o que incluso podría estar destinada a hacerlo...bueno, levanta bastante la moral de la gente. Y no puedo evitar la sensación de que, cuando te des plena cuenta de ello, quizá consideres que es...no se como decirlo...bien, que es casi un deber colaborar con el ministerio y estimular un poco a todo el mundo.

Lily soltó una risa.

¿Un deber?

Ella no tenía un deber con nadie más que con ella misma y su familia.

—¿Qué opinas tú, Lily?

—No se que espera de mi. «Colaborar con el ministerio», ¿Cuál es su definición de eso?

—Bueno, nada demasiado molesto, te lo aseguro.—repuso Scrimgeour— Quedaría bien que te vieran entrar y salir del ministerio de vez en cuando, por ejemplo. Y mientras estuvieras allí, tendrías la oportunidad de hablar con Gawain Robards, mi sucesor como jefe de la Oficina de Aurores. Los apuntes de Dolores Umbridge me indicaban que ambicionas ser auror. Pues bien, eso tiene fácil arreglo.

Lily bufó.

—Esa mujer nunca supo nada de mí.—replicó molesta.— En pocas palabras, le gustaría que diera la impresión de que trabajo en el ministerio.

—A la gente le animaría pensar que te implicas más.—comentó Scrimgeour, que parecía alegrarse de que Lily hubiera captado el mensaje a la primera— La Elegida, ¿entiendes? Se trata de infundir optimismo en la población, de transmitirle la sensación de que están pasando cosas extraordinarias...

—Eso haría parecer que apruebo su política.—replicó Lily.

—Bueno—repuso Scrimgeour frunciendo levemente la frente— sí, eso es, en parte, lo que nos gustaría que...

—No pasará eso. Mire, no me gustan ciertas cosas que está haciendo el ministerio. Encerrar a Stan Shunpike de presunto mortífago para aparentar que están consiguiendo algo, por ejemplo.

Scrimgeour endureció el semblante.

—No espero que lo entiendas— dijo sin tener éxito en disimular su rabia.— Vivimos tiempos difíciles y es preciso adoptar ciertas medidas. Tú solo tienes dieciséis años y...

—Tendré dieciséis años pero he vivido y hecho más cosas que la mayoría de los adultos que conozco, así que no acepto críticas sobre mis ideales.

Se miraron a los ojos, largamente y con dureza. Al fin Scrimgeour dijo, ya sin fingir cordialidad:

—Entiendo. Prefieres desvincularte del ministerio, igual que Dumbledore, tu héroe, ¿verdad?

Lily bufó.

—¿Acaso no le quedo claro? Dumbledore tiene tantas probabilidades de ser mi héroe como usted de volverse amigo mío.

Scrimgeour la miró indignado.

—No quiero que me utilicen.

—¡Hay quienes piensan que tu deber es dejar que el ministerio te utilice!

—Si son las mismas personas que pensaban que estaba inestable mentalmente, no son las mejores referencias.—se burló.—No soy un pájaro enjaulado, soy un humano libre con una intención independiente y nadie, mucho menos usted, puede cambiar eso. Nunca espero nada del ministerio y aún así logran decepcionarme. ¡O teníamos a Fudge, que fingía que todo era maravilloso mientras asesinaban a la gente delante de sus narices, o lo tenemos a usted, que encarcela a inocentes y pretende ufanarse de que la Elegida trabaja para usted!

—Entonces, ¿no eres la Elegida?

—¿No acaba de decir que en realidad no importa que lo sea o no?—se burló Lily.

—No debí decir eso— se apresuró a rectificar Scrimgeour— Ha sido un comentario poco afortunado...

—No; ha sido un comentario sincero, uno de los pocos que me ha dicho hasta el momento. A usted no le importa que yo viva o muera, solo le interesa que lo ayude a convencer a todos de que esta ganando la guerra contra Voldemort. No lo he olvidado, señor ministro...

Levantó su mano derecha y le enseñó el dorso y la muñeca, donde perduraban las múltiples cicatrices de lo que Dolores Umbridge le había obligado a grabar en su carne propia.

—No recuerdo que usted, o cualquiera del ministerio, saliera en mi defensa cuando Umbridge me torturaba porque Dumbledore y Cedric intentaban explicarles a todos que Voldemort había regresado. El año pasado, el ministerio no mostraba tanto interés en mantener buenas relaciones conmigo. Le comentó, ministro, que no perdono que me ignoren ni que me rechacen.

Permanecieron en silencio, tan fríos como el suelo que tenían bajo los pies.

—¿Qué esta tramando Dumbledore?—preguntó Scrimgeour con brusquedad— ¿A donde va cuando se marcha de Hogwarts?

—Ni idea, el viejo esta loco y hace lo que quiere. Y aunque lo supiera, sorprendentemente acabo de descubrir que tolero más a Dumbledore que a usted, así que no se lo diría.

—En ese caso, tendré que averiguarlo por otros medios.

—Claro, adelante.—se burló Lily con una sonrisa socarrona.— Como a su predecesor le fue tan bien intentando de intervenir en Hogwarts y tratando de quitar a Dumbledore de en medio, tan bien que ahora ya no es ministro y el anciano de mi director sigue tranquilo en su despacho comiendo caramelos de limón.

Hubo una larga pausa.

—Bueno, ya veo que Dumbledore ha hecho un buen trabajo contigo. Fiel a Dumbledore, cueste lo que cueste, ¿no, Potter?

—Ministro, parece que el verdadero fan de Dumbledore aquí es usted. Yo que usted iba trabajando en admitir mi fanatismo. Ya se lo dije, yo le soy tan fiel a Dumbledore, como podría serle fiel a usted.

Una tarde, poco después de Año Nuevo, Lily, Hermione, Theo, Ron y Ginny se pusieron en fila junto a la chimenea de la cocina para regresar a Hogwarts. El ministerio había organizado esa conexión excepcional a la Red Flu para que los estudiantes pudieran volver de manera rápida y segura al colegio.

La señora Weasley era la única presente en La Madriguera para despedir a los chicos; Fred, George, Bill y Fleur ya se habían marchado al trabajo. Sirius y Remus tenían una misión. Se deshizo en lágrimas en el momento de la partida. Hay que decir que últimamente estaba muy sensible; le afloraban las lágrimas con facilidad desde que el día de Navidad Percy saliera precipitadamente de la casa con una chirivía espachurrada en las gafas (de lo cual Fred, George y Ginny se declaraban responsables).

—No llores, mamá.—consoló Ginny y le dio palmaditas en la espalda mientras su madre sollozaba con la cabeza apoyada en el hombro de su hija.— No pasa nada...

—Sí, no te preocupes por nosotros.—agregó Ron y permitió que su madre le plantara un beso en la mejilla.—, ni por Percy. Es un imbécil, no se merece que sufras por el.

Ella lloró aún con más ganas cuando abrazó a una sorprendida Lily.

—Prométeme que tendrás cuidado...y que no te meterás en líos...

—Ya me conoce, señora Weasley, me gusta la tranquilidad.

La mujer soltó una risita llorosa. A los pocos segundos, todos entraron a la chimenea y en un instante, después de lanzar los polvos Flu, ya estaban en el despacho de la profesora McGonagall.

El segundo trimestre empezó a la mañana siguiente con una agradable sorpresa para los alumnos de sexto: por la noche habían colgado un gran letrero en los tablones de anuncios de la sala común de cada una de las casas, que anunciaba las clases de aparición. Lily y Theo ya sabían aparecer, incluso ya tenían su licencia, pues estaban emancipados, pero para Hermione sería la primera vez.

Esa noche, Lily fue citada al despacho de Dumbledore. Al entrar, el pensadero ya estaba preparado encima de la mesa y Dumbledore la esperaba con la mano cada vez más ennegrecida.

—Tengo entendido que estas Navidades conociste al ministro de Magia.

—Sí. No esta muy contento conmigo.

—No.—suspiró Dumbledore.— Tampoco está contento conmigo. Debemos procurar no hundirnos bajo el peso de nuestras tribulaciones, Lily, y seguir luchando.

—Quería que le dijera a la comunidad mágica que el ministerio está realizando una labor maravillosa.

—Fue idea de Fudge, ¿sabes?

—Por que no me sorprende...

—Cuando en sus últimos días como ministro intentaba por todos los medios aferrarse a su cargo, quiso hablar contigo con la esperanza de que le ofrecieras apoyo...

—¿Después de todo lo que hizo el año pasado? ¿Después de lo de la profesora Umbridge?—bufó exasperada— Dígame, por favor, que no estuvo en Slytherin porque es una vergüenza...

—Le dije a Cornelius que lo descartara, pero la idea persistió a pesar de que él abandonó el ministerio. Pocas horas después del nombramiento de Scrimgeour, me reuní con él y me pidió que organizara una entrevista contigo.

—Así que discutieron por eso, ¿eh? Pensé que era otra de las exageraciones de El Profeta.

—Es inevitable que alguna que otra vez El Profeta diga la verdad. Aunque sea sin querer. Sí, ese fue el motivo de nuestra discusión. Pues bien, resulta que al final Rufus halló la manera de abordarte.

—Me acusó de ser «fiel a Dumbledore, cueste lo que cueste.»

—¡Que insolencia!

—¡Lo sé! Le contesté que era tan probable que te fuera fiel como que me hiciera amiga de él.

—Eres una dulzura, Lily. Me conmueves.

—¿Verdad que sí?—río divertida al ver la irritación en el director.— Scrimgeour quería saber a donde vas cuando no esta en Hogwarts.

—Sí, me consta que le encantaría saberlo. Incluso ha intentado espiarme. Tiene gracia. Envío a Dawlish que me siguiera. Eso no estuvo nada bien. Ya me vi obligado a embrujar a ese auror en una ocasión y, lamentándolo mucho, tuve que hacerlo otra vez.

—Entonces, ¿todavía no sabe a donde vas?

—No, no lo saben. Aunque en realidad solo voy a citas de la orden. Y ahora, Lily, debo insistir en que nos demos prisa. Tengo cosas más importantes que hablar contigo esta noche.

—Entonces dejémonos de cháchara y empecemos con el recuerdo.

Esta vez se trataban de dos recuerdos. Al parecer, Tom Ryddle estuvo obsesionado con sus orígenes desde que fue enviado a Slytherin apenas le rozó la cabeza en sombrero. Pensaba que su padre era mago, pero tras una exhaustiva investigación, tuvo que admitir que era su madre la que era bruja, y así es como llegó a su tesoro: sabía que se llamaba Sorvolo como su abuelo, así que se trataba de Sorvolo Gaunt.

El primer recuerdo trataba de Morfin Gaunt, quien no tenía mucho que había salido de Azkaban. Voldemort había ido a Little Hangleton a descubrir cosas sobre su familia materna, encontrándose con que la destruida cabaña.. Allí encontró a Morfin, en un estado más deplorable que durante la visita de Ogden. Voldemort lo despertó y Morfin se le lanzó encima, pero este lo detuvo hablando pársel. Morfin había pensado que era Ryddle Sr, y le explicó que esa “cerda de su hermana” los traicionó, que Ryddle había vuelto al pueblo y que Sorvolo estaba muerto por eso, recalcando al final que se caso con un muggle y vendió el guardapelo.

Entonces, salieron del recuerdo. Al parecer, Voldemort había aturdido a su tío y le robó la varita. Asesino a toda la familia Ryddle, robó el anillo de su abuelo, que portaba su tío, y se fue de ahí. Los del Ministerio capturaron a Morfin, y con solo mirar su varita, determinaron que utilizó la maldición asesina.

Ya que Voldemort modificó antes de irse la memoria de Morfin, este dio detalles que solo el asesino podía dar. Jactándose de haber matado a los nauseabundos muggles, Morfin fue a Azkaban sin oponer resistencia, ya que lo consideraba un honor. Lo único que lamentó para siempre fue haber perdido su anillo, y lo lamentó durante el último tiempo en su celda.

El segundo recuerdo era más importante, según Dumbledore. Lily había notado que cuando a Dumbledore le costaba vaciar el contenido en el pensadero, como si se hubiera esperado ligeramente.

Cuando ingresaron, pudo ver a Slughorn mucho más joven. Estaba en su despacho, acomodado en un sillón de orejas y apoyaba los pequeños pies en un puf de terciopelo; en una mano tenía una copita de vino y con la otra rebuscaba en una caja de piña confitada. Había media docena de adolescentes sentados alrededor del profesor, en asientos más duros o más bajos que el suyo. Entre ellos estaba Voldemort, con el anilló de oro con la piedra negra de Sorvolo.

—¿Es cierto que la profesora Merrythought se retira, señor?—pregunto Ryddle.

—¡Ay, Tom! Aunque lo supiera no podría decírtelo. Desde luego, me gustaría saber de donde obtienes la información, chico; estas más enterado que la mitad del profesorado, te lo aseguro.

Ryddle sonrió y los otros muchachos rieron y le lanzaron miradas de admiración.

—Claro, con tu asombrosa habilidad para saber cosas que no deberías saber y con tus meticulosos halagos a la gente importante...Por cierto, gracias por la piña; has acertado, es mi golosina favorita.

Mientras varios alumnos reían disimuladamente, pasó algo muy extraño: de pronto la habitación se lleno de una espesa niebla blanca, de modo que no veía más que la cara de Dumbledore a su lado. Entonces, la voz de Slughorn resonó a través de la niebla, exageradamente fuerte:

—...Te echaré a perder, chico, ya verás.

La niebla se disipó con la misma rapidez con que había aparecido, y sin embargo, nadie hizo ninguna alusión a lo ocurrido ni puso cara de que acabara de pasar algo inusual. Desconcertada, Lily miró alrededor al mismo tiempo que un pequeño reloj dorado daba las once.

—Madre mía, ¿ya es tan tarde?—se extrañó el profesor— Será mejor que se marchen, chicos, o tendremos problemas. Lestrange, si no me entregas tu redacción mañana, no me quedará más remedio que castigarte. Y lo mismo te digo a ti, Avery.

Slughorn se levantó del sillón y llevó su copa vacía a la mesa mientras los muchachos salían del despacho. Ryddle, sin embargo, no se marchó enseguida. Lily comprendió que se entretenía a propósito para quedarse a solas con el profesor.

—Date prisa, Tom. No conviene que te sorprendan levantado a estas horas porque, además, eres prefecto...

—Quería preguntarle una cosa, señor.

—Pregunta lo que quieras, muchacho. Pregunta...

—¿Sabe usted algo acerca de los Horrocruxes, señor?

Y sucedió de nuevo: la densa niebla llenó la habitación y Slughorn y Ryddle desaparecieron. Entonces la voz de Slughorn volvió a resonar:

—¡No se nada de los Horrocruxes, y si supiera algo tampoco te lo diría! ¡Y ahora sal de aquí enseguida y que no vuelva a oírte mencionarlos!

El recuerdo acabó y ambos salieron.

—Bueno, el recuerdo esta claramente modificado.—soltó Lily con irritación.—Slughorn debe cargar con una gran culpa por la respuesta que dio.

—Veo que ya sabes que son.

—Oh, créeme, seguramente se más que tú.

Dumbledore sonrió.

—Incluso si es así, debemos saber todo de ese recuerdo. Intuyo que es importante.

—Opino igual que tu, desgraciadamente.

—Creo que sería una tontería intentar arrancarle la verdad por la fuerza, pues eso podría resultar contraproducente; no quiero que se marche de Hogwarts. Sin embargo, tiene su punto débil, como todos nosotros, y creo que tú eres la persona adecuada para minar sus defensas y obtener el recuerdo real.

—Genial, más tarea.—suspiró dramáticamente.

Los siguientes días corrieron con normalidad. Lily no era tan estúpida como para abordarlo así como si nada. Sabía que Slughorn no era tan idiota y que no se lo diría tan fácilmente, así que esperaría a la ocasión especial para cuestionarlo. Debía trazar un buen plan para ello.

Por el mes de febrero paso algo sorpresivo: Ronald Weasley, el día de su cumpleaños, se había robado unos chocolates de uno de sus compañeros de cuarto, los cuales contenían Amortentia. Sus compañeros lo llevaron con el profesor Slughorn, quién remedió la situación y les invito una copa de una botella de Hidromiel criado en barrica de roble, botella que nunca había abierto y pensaba regalar a Dumbledore.

Lamentablemente, la botella estaba envenenada y Ronal Weasley casi muere. Sin embargo, aquello no provocó tanto revuelo porque creían que había sido un error cualquiera, al menos para los que no sabían la situación completa.

Lily, Theo y Hermione, por otra parte, estaban seguros de que se trataba de un plan bastante malo de Draco y Blaise, aunque no sabían el como ni el porque, puesto que ver u hablar con ambos chicos cada vez era más difícil.

Un mes mas tarde, durante el desayuno, Lily recibió una carta de Hagrid:

Queridos Lily, Theo y Hermione:

Aragog murió anoche. Lily y Theo, ustedes lo conocieron y saben que era extraordinario. Hermione, sé que te habría caído bien. Me gustaría mucho que esta noche asistiesen al entierro. He pensado oficiarlo hacia el anochecer porque ésa era su hora preferida del día. Como sé que no los dejan salir del castillo a esas horas, tendrán que utilizar la capa. No debería pedírselos, pero no tengo ánimos para hacerlo solo.

Hagrid.

—Que barbaridad.—comentó Hermione cuando le mostró la carta.

—¿Qué lo conocimos bien? Por supuesto, ese bicho animó a sus congéneres a devorarnos a Lily ya mí. ¡Y les dio permiso para que se nos zamparan! —exclamó Theo.— Esta loco si cree que iré a llorar sobre su repugnante y peludo cadáver.

—No es solo eso —añadió Hermione— Nos está pidiendo que salgamos del castillo por la noche, y sabe que han endurecido las medidas de seguridad y que si nos pillan se nos caerá el pelo.

—Pero no sería la primera vez que vamos a ver a Hagrid por la noche.—alegó Lily.

—Ya, pero nunca por una cosa así. Nos hemos arriesgado mucho para ayudarlo, pero...en fin, Aragog ha muerto. Si se tratara de Salvarlo...

—Te aseguro que yo no iría.—dijo Theo.— Tú no lo conociste, Hermione. Créeme, lo mejor que podía hacer ese monstruo era morirse.

Lily tomó la nota y se quedó mirando las manchas de tinta. Era evidente que unas gruesas lagrimas habían caído encima del pergamino.

—No estarás pensando en ir, ¿verdad, Lily?—dijo Hermione— No vale la pena que nos castiguen por una cosa así.

—Sí, ya lo sé. —suspiró.— Supongo que Hagrid tendrá que enterrar a Aragog sin nosotros.

—Eso es—coincidió Hermione con alivio— Mira, esta tarde la clase de Pociones estará casi vacía porque muchos iremos a examinarnos por lo de aparición. ¡Es tu oportunidad para convencer a Slughorn!

—Sí, a la cincuenta y siete va la vencida, ¿no? ¿Por qué iba a tener suerte?

—¿Suerte?—dijo de pronto Theo— ¡Ya lo tengo, Lily! ¡Suerte! ¡Utiliza tu poción de la suerte!

—¿Cómo no se me ha ocurrido?—coincidió Hermione

—Bien, si no le sonsaco nada en su clase, la tomaré y lo intentaré por la noche.

Al cabo de un rato, Theo y Lily le desearon buena suerte en su examen a Hermione, mientras que ellos iban a la clase de Pociones, donde solo estaban también Ernie Macmillan y Draco, quién no les miró, pero si apretó la mano de Lily por debajo de la mesa cuando esta se sentó a su lado.

Esa clase, Slughorn les permitió que hicieran una poción libre, debido a que eran pocos. Nuevamente, Lily no tuvo oportunidad de cuestionarle, por lo que, unas horas después cuando iba al Gran Comedor para cenar con Theo, se encontraron con una alegre Hermione en la entrada.

—¡Chicos!—grito Hermione— ¡He aprobado!

—¡Felicidades!—dijeron ambos.

—¿Qué tal tú, Lily?

—No tengo más opción que tomar el Felix Felicis. No creo que lo necesite todo, hay para doce horas y mi misión no puede llevarme toda la noche. Así que sólo beberé un trago. Con dos o tres horas tendré suficiente.

—Mucha suerte entonces.—deseó Hermione.

Hermione se fue a la mesa de Gryffindor, mientras que Theo y Lily iban a la de Slytherin para cenar. Slughorn acababa de entrar en el Gran Comedor para cuando ellos habían acabado, y sabía perfectamente que le gustaba tomarse su tiempo para comer, por lo que, decidió esperar un rato en su sala común. El pan era que Lily fuera al despacho de Slughorn cuando este ya estuviese allí.

En cuanto el sol descendió hasta la copa de los árboles del Bosque Prohibido, decidió que había llegado el momento. Tras comprobar que todos se hallaban en la sala común, Lily sacó la diminuta y reluciente botella que tenía guardada en un cofre, el cual custodiaba Theo.

—Bueno, vamos allá.—dijo y la levantó y bebió un pequeño sorbo.

—¿Qué se siente?—susurró Theo.

Lily no contestó enseguida. Poco a poco la invadió una excitante sensación de infinito poderío y se sintió capaz de lograr cualquier cosa que se propusiera. Y de pronto creyó que sonsacarle aquel recuerdo a Slughorn parecía no solo posible, sino facilísimo...Se puso de pie, sonriente y rebosante de seguridad en sí misma.

—Estupendo.—dijo— Francamente estupendo. Bueno, me voy a la cabaña de Hagrid.

—¿Qué?—dijo Theo, perplejo.—Lily, es a Slughorn a quien debes ir a ver. ¿No te acuerdas?

—Nada de eso. Me voy a la cabaña de Hagrid, tengo una corazonada.

—¿Vas al funeral de una araña gigante por una corazonada?

—Sip.

—Pues sí me lo pones así...—cedió Theo.

Lily tomó su capa de invisibilidad y se la echó sobre los hombros.

—Confía en mí. Se muy bien lo que hago...O al menos Felix lo sabe.

Se cubrió la cabeza con la capa y salió de la sala común. Cada vez más contenta, echó a andar a largas zancadas. No tuvo que ir con sigilo porque no se cruzó con nadie por el camino, pero no le sorprendió: esa noche Lily Potter era la persona con más suerte de Hogwarts.

No tenía ni idea de por que tenía que ir a la cabaña de Hagrid. Era como si la poción solo iluminara unos pasos del camino: Lily no veía el destino final ni dónde encajaba Slughorn, pero sabía que iba bien encaminada para conseguir aquel escurridizo recuerdo.

Cuando llegó al vestíbulo, vio que Filch había olvidado cerrar la puerta principal con llave. Sonriendo de oreja a oreja, Lily abrió la puerta y se detuvo un instante para respirar el aroma a aire puro y hierba, antes de bajar los escalones de piedra y salir del jardín en penumbra.

Al llegar al último escalón, se le ocurrió que sería agradable pasar por el huerto antes de ir a la cabaña de Hagrid, aunque eso la obligaba a desviarse un poco, pero tenía muy claro que le convenía seguir esa corazonada.

Así pues, se dirigió hacia el huerto, donde se alegró de ver al profesor Slughorn con la profesora Sprout, lo cual no le llamó mucho la atención. Espero detrás de un murete de piedra, feliz y tranquila, y escuchó su conversación.

—...Te agradezco que te hayas tomado tantas molestias, Pomona— decía Slughorn con cortesía— Casi todas las autoridades están de acuerdo en que son más eficaces si se recogen a la hora del crepúsculo.

—Sí, yo también lo creo.—coincidió la profesora Sprout con tono cariñoso.—¿Tendrás bastante con esto?

—Sí, sí. De sobra.—dijo Slughorn y Lily vio que llevaba un montón de plantas.— Aquí hay algunas hojas para cada uno de mis alumnos de tercero, y otras de repuesto por si alguien las cuece demasiado...¡Buenas noches y muchas gracias!

La profesora echó a andar en la oscuridad en dirección a sus invernaderos, y Slughorn dirigió sus pasos hacia el sitio donde estaba Lily, invisible. La muchacha sintió un repentino impulso de revelar su presencia, así que se quitó la capa con un amplio movimiento del brazo.

—Buenas noches, profesor.

—¡Por las barbas de Merlín, Lily, me has asustado!—exclamó Slughorn parándose en seco y observándola con recelo— ¿Cómo has salido del castillo?

—Filch olvidó cerrar las puertas con llave—reveló Lily con jovialidad, y se alegró cuando Slughorn arrugó la frente y dijo:

—Tendré que informar de eso. Creo que ese conserje está más preocupado por la limpieza que por la seguridad...Pero, ¿qué haces aquí?

—Verá, señor, se trata de Hagrid—contestó Lily, que sabía que en ese momento tenía que decir la verdad— Esta muy apenado...No se lo contará a nadie, ¿verdad, profesor? No quiero causarle problemas a Hagrid.

Como era de esperar, Slughorn sintió aun más curiosidad.

—Hombre, eso no puedo prometerlo.—dijo con brusquedad— Pero se que Dumbledore confía completamente en Hagrid, o sea que no puede estar tramando nada malo...

—Bueno, se trata de esa araña gigante que tiene desde hace años. Vivía en el Bosque Prohibido y hasta sabia hablar...

—Ya había oído rumores de la presencia de acromántulas en el bosque—comentó Slughorn con voz queda, mientras dirigía la mirada hacia la masa oscura de árboles— Entonces, ¿es verdad que las hay?

—Sí. Pero esta, Aragog, la primera que Hagrid tuvo, murió anoche. El pobre esta destrozado. Necesita compañía en el entierro y le prometí que iría.

—Conmovedor, conmovedor.—observó Slughorn distraídamente, en sus grandes ojos mustios fijos en las lejanas luces de la cabaña de Hagrid— Pero el veneno de acromántula es valiosísimo...Si la bestia ha muerto hace poco quizá aún se conserve....Claro que si Hagrid está tan apenado no quisiera herir sus sentimientos, pero si hubiera alguna forma de obtener un poco...Mira, resulta prácticamente imposible extraerle veneno a una acromántula viva...Pero no recogerlo sería un tremendo desperdicio...Podría sacar cinco galeones por medio litro...Y teniendo en cuenta que mi sueldo no es nada del otro mundo...

Entonces Lily comprendió que había que hacer.

—Bueno, no sé...—dijo con un convincente titubeo— Si quiere venir conmigo, profesor, probablemente Hagrid estaría encantado...de darle a Aragog una despedida más lucida, ya me entiende...

—Sí, por supuesto—dijo Slughorn y sus ojos chispearon de entusiasmo— Te diré lo que vamos a hacer, Lily: voy a buscar un par de botellas, me reuniré contigo allí y nos la beberemos a la salud de...Bueno, a su salud no, pero digamos que despediremos a esa pobre bestia como es debido, después de darle sepultura. Y de paso me cambiaré la corbata porque esta es demasiado llamativa para la ocasión...

Volvió corriendo al castillo y Lily se dirigió hacia la cabaña de Hagrid, muy satisfecha consigo misma.

—¡Has venido!—gruño Hagrid cuando abrió la puerta y vio a la muchacha guardando la capa.

—Sí, aquí estoy. Theo y Hermione no han podido venir, pero lo sienten mucho.

—No importa, no importa...A Aragog le habría emocionado verte aquí, Lily...

Soltó un sonoro sollozo. Se había hecho un brazalete negro con lo que parecía un trapo untado con betún y tenía los ojos hinchados y enrojecidos. Para consolarlo, Lily le dio unas palmaditas en el codo, la parte más alta de Hagrid a la que llegaba.

—¿Dónde vamos a enterrarlo? ¿En el Bosque Prohibido?

—¡No, de eso nada!—respondió Hagrid secándose las lágrimas con los faldones de la camisa.— Las otras arañas no dejan que me acerque por allí desde que murió Aragog. ¡Resulta que no me devoraban porque el se lo había prohibido! ¿Te lo puedes creer, Lily? ¡Antes podía pasearme a mis anchas por el Bosque Prohibido! Te aseguro que no fue fácil sacar el cadáver de Aragog de allí porque normalmente las acromántulas se comen a sus muertos....pero yo quería que el tuviera un entierro bonito, una despedida apropiada.

El guardabosques rompió a sollozar de nuevo y Lily volvió a darle palmaditas en el codo, y mientras lo consolaba le dijo:

—Cuando venía hacia aquí me he encontrado al profesor Slughorn.

—¡Anda! ¿Te ha regañado? Ya sé que no los dejan salir del castillo por la noche, ha sido culpa mía...

—No, no. Cuando le explique lo que ocurría, dijo que le gustaría venir y presentarle sus respetos a Aragog. Creo que ha ido a ponerse una ropa más adecuada para la ocasión...Y añadió que traería un par de botellas para brindar por la pobre araña...

—¿Ah, sí?—repuso Hagrid, entre asombrado y conmovido— Que detalle por su parte...Muy amable, y además no se va a chivar...Horace Slughorn nunca me ha caído muy bien, pero si quiere venir a despedir a Aragog...Seguro que a el le habría gustado.

Lily consideró que más le habrían gustado los abundantes michelines de Slughorn, pero se reservó sus cometarios y se acercó a la ventana de atrás, desde donde vio al espeluznante imagen que ofrecía la enorme araña muerta, tumbada boca arriba, con las patas encogidas y enredadas unas con otras.

—¿Vamos a enterrarlo en tú jardín?

—Sí, detrás del huerto de las calabazas. Ya he cavado la...la tumba. He pensado que podríamos decir algo agradable antes de enterrarlo. Mencionar algún recuerdo feliz, o algo así...

En ese momento llamaron a la puerta y el guardabosques fue a abrir al tiempo que se sonaba con su enorme pañuelo de lunares. Slughorn, que se había puesto un lúgubre fular negro, entró rápidamente con dos botellas bajo el brazo.

—Te acompaño en el sentimiento, Hagrid.—dijo con solemnidad

—Muchas gracias. Eres muy amable. Y gracias por no castigar a Lily...

—Ni se me había ocurrido. Que noche tan triste, que noche tan triste...¿Dónde esta la pobre criatura?

—Ahí afuera—respondió Hagrid con voz quebrada—¿Qué? ¿Quieren que empecemos ya?

Salieron al jardín trasero. La luna refulgía detrás de los árboles y, mezclada con la luz que salía de la ventana de Hagrid, iluminaba el cadáver de Aragog, que yacía al borde de una enorme fosa, junto a un montón de tierra de tres metros de alto.

—Magnífico.—declaró Slughorn, acercándose a la cabeza de la araña. A Lily le pareció oír tintineo de botellas cuando Slughorn se inclinó sobre las pinzas y fingió examinar la monumental y peluda cabeza.

—No todo el mundo supo apreciar su belleza.—comentó Hagrid mientras las lágrimas le desbordaban las comisuras de los ojos, rodeados de arrugas.—No sabía que te interesaran tanto las criaturas como Aragog, Horace.

—¿Interesarme? ¡Las adoro, mi querido Hagrid! Y ahora...procedamos a enterrarlo.

Lily pudo ver el destello de una botella que desaparecía bajo la capa del profesor, pero no dijo nada y Hagrid no se dio cuenta. Hagrid se adelantó unos pasos. Levantó la gigantesca araña con ambos brazos y la arrojó a la oscura fosa. La bestia cayó en el fondo con un espantoso y crepitante ruido. Hagrid rompió a llorar de nuevo.

—Claro, para ti es muy duro porque eres el que mejor lo conocía.—observó Slughorn, dándole palmaditas de consuelo.— ¿Quieres que diga unas palabras?

Lily pensó que Slughorn debía de haberle extraído a Aragog una cantidad considerable de ese veneno valioso, porque sonreía con satisfacción cuando se acercó al borde de la fosa y, con voz lenta e imponente, recitó:

—¡Adiós, Aragog, rey de los arácnidos, cuya larga y fiel amistad jamás olvidarán los que te conocieron! Tu cuerpo se desintegrará, pero tu espíritu sigue vivo en los apacibles rincones del Bosque Prohibido donde antaño tejías telarañas. Que tus descendientes de muchos ojos crezcan sanos y saludables y que tus amigos humanos hallen consuelo por la pérdida que han sufrido.

—¡Que...que...bonito!—aulló Hagrid, y tras desplomarse en el suelo, se puso a llorar aún con mayor abatimiento.

—Vamos, vamos—dijo Slughorn; agitó su varita y el enorme montón de tierra se elevó para luego caer con un ruido sordo sobre la araña, de modo que formó un perfecto túmulo.—Entremos en la cabaña y bebamos algo. Lily, tómalo del otro brazo...Así...Arriba, Hagrid...Bien, bien...

Sentaron a Hagrid en la mesa. Fang se acercó con sigilo y apoyó su enorme cabeza en el regazo de Lily, como solía hacer. Slughorn descorchó una botella de vino de las que había llevado.

—Lo he analizado para asegurarme de que no está envenenado—aseguró a Lily mientras vertía casi todo su contenido en una de las tazas (del tamaño de cubos) de Hagrid y se la daba al guardabosques—Después de lo que le paso a...eh...¿Rupert?, hice que un elfo doméstico probara un poco de cada botella.

Lily se imaginó la cara que pondría Hermione si se enteraba de ese abuso de los elfos domésticos y se decidió a no mencionarlo nunca.

—Bueno, pues, una para Lily...—continuó Slughorn al tiempo que repartía el contenido de la segunda botella en otras dos tazas— y una para mí. Brindemos. —levantó la taza— ¡Por Aragog!

—¡Por Aragog!—repitieron Lily y Hagrid.

Slughorn y Hagrid bebieron sin reparo. Lily, sin embargo, con el Felix Felicis guiándola, supo que no debía beber, así que se limitó a fingir que daba un sorbo y luego dejó la taza en la mesa.

—Lo tenía desde que estaba en el huevo.—explicó Hagrid con aire melancólico— Cuando salió del cascarón era un bichito minúsculo, del tamaño de un pequinés...

—¡Que monada!—dijo Slughorn.

—Lo guardaba en un armario, en el colegio, hasta que...bueno...

El rostro de Hagrid se ensombreció y Lily comprendió por que: Tom Ryddle se las había ingeniado para que echaran a Hagrid del colegio, acusado de abrir la Cámara de los Secretos. Slughorn, en cambio, no parecía estar escuchando porque miraba el techo, del que colgaban varios cazos de latón y también una larga y sedosa madeja de pelo banco y brillante.

—Eso no será pelo de unicornio, ¿verdad, Hagrid?

—Pues sí.—dijo Hagrid sin mostrar el menor interés.— Se les cae de la cola, se les engancha en las ramas y los matorrales del Bosque Prohibido...

—Pero...¿sabes cuánto vale eso, amigo mío?

—Lo uso para atar los vendajes y esas cosas cuando alguna criatura se hace daño.—se encogió de hombros— es muy útil porque es muy resistente, ¿sabes?

Slughorn bebió otro largo sorbo de vino y paseó la mirada despacio por la cabaña; Lily comprendió que estaba buscando otros tesoros que pudiera convertir en una buena reserva de hidromiel criado en barrica de roble, piña confitada y batines de terciopelo.

El profesor volvió a llenar su taza y también la de Hagrid, lo interrogó acerca de las criaturas que vivían en el bosque y como se las apañaba para cuidar de ellas. Hagrid, que estaba poniéndose muy comunicativo debido a los efectos de la bebida y del halagador interés que mostraba Slughorn, dejó de enjugarse las lágrimas e inició de buen grado una extensa disertación sobre la cría de bowtruckles.

Lily, gracias al Felix Felicis, reparó en que el vino de elfo que Slughorn había llevado se estaba terminando. Todavía no dominaba el encantamiento de relleno sin pronunciar el conjuro en voz alta, pero no tuvo dudas de que esa noche lo conseguiría; y en efecto, la muchacha sonrió cuando, sin que la vieran, apuntó con la varita por debajo de la mesa, a las botellas casi vacías y estas se rellenaron de inmediato.

Aproximadamente una hora más tarde, Hagrid y Slughorn empezaron a hacer brindis que no venían a cuento: por Hogwarts, por Dumbledore, por el vino de elfo y...

—¡Por Lily Potter!—bramó Hagrid y vació de un trago la decimo cuarta taza de vino derramándose en parte por la barbilla.

—¡Sí, señor!—graznó Slughorn—Por Sirry Otter, la Elegida que...Bueno, algo por el estilo—masculló y también vació su taza.

Poco después, Hagrid rompió a llorar de nuevo y tendió a Slughorn la cola entera de pelo de unicornio; ni lento ni perezoso, el profesor se la metió en el bolsillo mientras exclamaba: «¡Por la amistad! ¡Por la generosidad! ¡Por los diez galeones que me van a pagar por cada pelo!» Y después de eso, sentados uno al lado del otro y abrazados como viejos camaradas, entonaron una triste canción acerca de un mago moribundo llamado Odo.

—¿Porqué será que los mejores siempre mueren jóvenes?—farfulló Hagrid, desplomándose encima de la mesa, un poco bizco, mientras Slughorn seguía canturreando el estribillo.—Mi padre era demasiado joven para morir...Igual que tus padres, Lily...—las lágrimas volvieron a aflorar de sus ojos, le agarró un brazo a Lily y la sacudió— Eran el mejor mago y la mejor bruja de su edad que jamás conocí...Fue terrible, terrible...

Slughorn cantaba con todo lastimero:

En su pueblo natal Odo

reposa sobre un lecho de musgo,

pues no había otra cosa.

¡Que lástima da verlo

bajo la luna llena

sin capa ni sombrero,

hecho una pena!

—Terrible, terrible...—gruño Hagrid y de pronto...se quedó dormido y empezó a roncar profundamente.

—Lo siento.—se excusó Slughorn entre hipidos—Reconozco que el canto nunca se me ha dado muy bien.

—Hagrid no se refería a su entonación— le aclaró Lily— Hablaba de la muerte de mis padres

—¡Oh!—exclamo Slughorn conteniendo un eructo— ¡Oh, lo siento! Sí, fue...terrible, es cierto. Terrible, terrible...—Como no sabía que decir, opto por rellenar las tazas— Supongo que...que no lo recordarás, ¿verdad, Lily?—preguntó con vacilación.

—No...Yo solo tenía un año cuando ellos murieron. Pero se cómo pasó. Me he enterado de muchas cosas. Mi padre murió primero, ¿lo sabía usted?

—Pues...no, no lo sabía.—respondió Slughorn con un hilo de voz.

—Sí, Voldemort lo mató primero a él y luego pasó por encima de su cadáver y atacó a mi madre.

Slughorn se estremeció aparatosamente sin apartar la mirada de la muchacha.

—Le ordenó que se retirara. El propio Vodemort me dijo que ella no tenía por que morir. El me quería a mí. Mi madre habría podido huir.

—¡Oh, querida muchacha!—susurró Slughorn—Ella habría podido...podría no haber...Es tremendo...

—Sí, lo es. Pero no se movió. Mi padre ya estaba muerto y ella no quería que Voldemort me matara a mi también. Intentó suplicarle, pero él se rio de ella...

—¡Basta!—dijo de pronto Slughorn agitando una mano— De verdad, hija mía, no sigas...Soy muy mayor y no necesito oír...no quiero oír...

—Claro, no me acordaba.—mintió Lily— Ella le caía bien, ¿verdad?

—¿Si me caía bien?—dijo Slughorn y los ojos se le llenaron de lágrimas.—Dudo mucho que no cayera bien a alguien. Era valiente, divertida...Fue espantoso, espantoso...

—Y ahora usted se niega a ayudar a su hija—arremetió Lily— Ella entregó su vida por mí, pero usted no quiere darme un recuerdo.

Los ronquidos de Hagrid resonaban en la cabaña. Lily y Slughorn seguían mirándose fijamente a los ojos, los de este último anegados en lágrimas.

—No digas eso.—susurró— No se trata de que...Si fuera para ayudarte, por supuesto que...Pero no serviría de nada.

—Sí serviría—replicó Lily, tajante— Dumbledore necesita información. Yo necesito información.

Ella se sentía a salvo: el Felix Felicis le aseguraba que por la mañana Slughorn no recordaría ni una palabra de esa conversación. Así que, sin dejar de mirar al profesor, se inclinó un poco hacia delante y dijo:

—Soy la Elegida. Tengo que matar a Voldemort. Necesito ese recuerdo.

Slughorn palideció aún más; tenía la frente perlada de brillantes gotitas de sudor.

—¿De verdad era la Elegida?

—Claro que sí.

—Pero entonces...Hija mía, me pides mucho...De hecho, me pides que te ayude a destruir...

—¿No quiere acabar con el mago que mató a Lily Evans?

—Claro que quiero, Lily, claro que quiero, pero...

—¿Teme que el averigüe que me ayudó?—Slughorn no respondió; estaba aterrado—Sea valiente como mi madre, profesor...

Slughorn alzó una temblorosa mano y apoyó los dedos en los labios; durante un momento pareció un bebé gigantesco.

—No me siento nada orgulloso...—susurró— Me avergüenzo de...de lo que ese recuerdo muestra. Me temo que ese día causé un gran daño...

—Si me entrega ese recuerdo compensará todo el mal que hizo. Sería un acto muy noble y valiente.

Hagrid, dormido, se estremeció y siguió roncando. Slughorn y Lily continuaron mirándose a los ojos por encima de la parpadeante vela. Hubo un largo silencio. Por fin, muy despacio, el profesor extrajo del bolsillo su varita. Introdujo la mano en la capa y sacó una botellita vacía.

Sin dejar de mirar a Lily, se tocó la sien con la punta de la varita. Luego la retiró poco a poco, tirando de un largo y plateado hilo de memoria que se le había adherido. El recuerdo se estiró y se estiró hasta romperse y quedar colgando de la varita, plateado y reluciente.

Slughorn lo acercó entonces a la botella, donde se enroscó y luego se extendió formando remolinos, como si fuera un gas. A continuación, el profesor puso el tapón en la botella con mano trémula y se la acercó a Lily por encima de la mesa.

—Muchas gracias, profesor.

—Eres una buena chica.

Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Slughorn.

—Y...eres la viva imagen de tu madre...con el alborotado cabello de tu padre. Solo te pido que no pienses muy mal de mí cuando lo hayas visto...

Y a continuación apoyó la cabeza en los brazos, dio un hondo suspiro y se quedó dormido.

Lily sonrió.

Lo había conseguido.


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