¿Tuvimos un hijo

Chapter Capítulo 9



Al conocer la tensa historia entre las damas, Franco miró a Noemí y la sermoneó: —Anastasia y su hijo acaban de llegar, así
que no es necesario que seas tan sarcástica. ¡Llévate bien con ella, ¿podrías?! —¿Quién es el niño, mamá? —Érica se asomó
por las escaleras y le dio curiosidad al ver a su padre con un niño en los brazos. —¡Cuida tus palabras! Este es tu sobrino, que
tu hermana tuvo mientras estaba viviendo en el extranjero —respondió Noemí, descontenta. —¡¿Qué?! —Érica abrió los ojos
tras sorprenderse; luego, bajó las escaleras y se acercó a Anastasia, preguntándole—: ¿Por qué no nos avisaste que tenías un
hijo? ¿Qué te pasa? ¿No quieres que lo veamos? —¿Cómo puedes decir algo así, Érica? Alejandro es parte de nuestra familia
ahora, así que quiero que te retractes. —Franco fulminó con la mirada a la señorita. Noemí, al percatarse de la reacción de su
marido, al instante tomó rencor contra Anastasia, ya que le parecía difícil de creer que su actitud hacia Érica cambiara tanto a
causa de Alejandro. —¡P-papá, solo estoy mostrando mi... preocupación por ella! —Érica se defendió con amargura. —Ven
aquí, te llevaré a dar un paseo por el jardín. —Franco intentó hacer lazos con Alejandro. En cuanto los dos se fueron, Érica se le
acercó a Anastasia con una sonrisa fría. —¡Tuviste una relación con un hombre casado y diste a luz a ese hijo ilegítimo, ¿no es
así?! Los ojos de Anastasia estaban llenos de odio, no podía olvidar lo que Érica y Helen le hicieron en aquel entonces. Por
eso, se dijo a sí misma que nunca las perdonaría. —Mis asuntos no te incumben —le respondió con frialdad. Por alguna razón,
Érica comenzó a pensar que Anastasia se miraba más bonita, ya que esta tenía una presencia más dominante, comparada a la
de hace cinco años. En ese instante, se enceló aún más de la belleza de Anastasia. Creía que no habría nadie más en su
camino después de que esta dejara a la familia Torres, pero solo terminó sorprendiéndose de Anastasia por su piel clara, su
figura curvilínea y su comportamiento tranquilo tras volverse a ver. «Vaya, ni siquiera parece que parió a un bebé», pensó. —
Anastasia, no sé qué pretendes al haber vuelto, pero déjame advertirte algo —la amenazó Noemí—. Olvídate de cualquier idea
tonta que tengas. Esta familia no tiene nada que ver contigo. —Y ¿por qué no? —preguntó tras reírse, indignada—. Cuando mi
padre creó su empresa, mis abuelos invirtieron en ella también, pero ustedes dos se atrevieron a quedarse con todo sin mover
un dedo. —Tú... —Ubícate, Anastasia. Yo hice que te echaran de la familia Torres hace cinco años y puedo hacer lo mismo de
nuevo —dijo Érica intentando intimidarla. —Mi padre es la única persona por la que volvía esta familia, cosa que no tiene que
ver con ustedes en absoluto. Además, mi papá puede hacer lo que le dé la gana con su herencia, cosa que, les repito, no es de
su incumbencia. —Anastasia contradijo a Érica y a Noemí, humillándolas —A propósito, ni se te ocurra que solo por tener un
hijo te quedarás con la mayor parte de la herencia —dijo Noemí, apretando los dientes. —Mi padre aún está con vida y le
quedan años por vivir, pero ambas no dejan de hablar de su herencia. ¿Acaso quieren que desaparezca tanto? Si ese es el
caso, me aseguraré de que viva una larga vida para que ustedes se puedan olvidar de heredar su fortuna —les contestó
Anastasia con un tono frío, sabiendo que ellas solo querían el dinero de su padre en lugar del mismo hombre. —Tú... —Noemí
se quedó sin palabras, pero de inmediato intentó salvarse de ser avergonzada—. Él es mi esposo, así que es obvio que quiero
que tenga una larga vida. —¡¿De qué estás hablando, Anastasia?! —exclamó Érica, defendiendo a su madre—. Mi mamá ama
a mi padre. Aun así, Anastasia tomó su teléfono y se sentó en el sofá, rehusándose a prestarles atención a la madre y a la hija.
Enseguida, la criada procedió a servir los platillos mientras Franco le pidió que preparara dos platillos que no fueran picantes

para su nieto. Al ver esto, Noemí y Érica se pusieron furiosas porque pudieron notar mediante los ojos de Franco que Anastasia
estaba ganándose de vuelta su favor gracias a su hijo. —¿A qué te dedicas, Anastasia? —preguntó Franco con curiosidad
mientras comían. —Estudié diseño de joyas cuando vivía en el extranjero y ahora soy una diseñadora en Burgués. —Nada
mal, Burgués es una gran empresa —dijo él, felicitándola. —¡Yo también estoy buscando un empleo, papá! Me entrevistarán
como modelo de salón de automóviles —intervino Érica, presentándole con desesperación su trabajo a su padre. —¿Qué clase
de trabajo es ese? Más vale que lo dejes antes de que me avergüences. —Franco le lanzó una mirada severa. —Cariño, Érica
solo está divirtiéndose mientras explora las oportunidades que tiene. Estoy segura de que luego podrá estar en tu empresa en
el futuro —dijo Noemí, defendiendo a su hija al instante. —¡Ja! ¿Y qué hará en mi empresa? ¿Ser la recepcionista? —gruñó
Franco con frialdad. Por otro lado, Érica guardaba un grande rencor contra Anastasia, culpándola por exponer de manera
indirecta sus defectos. —Abuelo, mi mamá es una buena diseñadora, hasta participó en la Competencia Internacional de
Diseño de Joyería —añadió Alejandro con alegría, dibujándole una sonrisa a Franco. —¿En serio? ¡Qué maravilloso! Alejandro,
voy a comprarte un regalo por la tarde, así que me dices lo que quieres, ¿de acuerdo? —¡Sí, gracias, abuelo! —expresó con
educación el niñito su gratitud. Mientras a Anastasia le alegraba que su padre le tuviera tanto cariño a Alejandro, a pesar de su
sorpresa, Noemí y Érica cada vez estaban más moletas con la presencia del niño, considerándolo como un conspirador del que
debían cuidarse, aun a su corta edad. Después de la cena, Franco los llevó al centro comercial más cercano, en donde le
compró a su nieto varios regalos caros, como juguetes de robot y Lego. Aunque costaban miles, no dudó en pagar por todo. —
Es suficiente, papá; no lo mimes —dijo Anastasia, intentando detenerlo. —Está bien, de acuerdo, será todo por hoy. Le
compraré otras cosas de nuevo en unos días. —Franco aún se sentía impulsado a mostrar buena voluntad. —Está bien,
abuelo. No necesito más juguetes porque ya tengo muchos —contestó con madurez el niño, haciendo que el abuelo se
encariñara más con él al acariciarle la cabeza. Una vez que terminaron las compras, Franco llevó a su hija y a su nieto de
vuelta a su departamento. En el momento en que vio el edificio, comenzó a pensar que ya era hora de hacer las paces con
Anastasia, ya que su empresa lo hizo ganar una fortuna los últimos años. Tras despedirse de su padre, Anastasia abrazó a
Alejandro. —Parece que le agradas mucho a tu abuelo. —A mí también me agrada —contestó con alegría mientras hacía un
puchero—. Mami, ¿en dónde está papi? Anastasia hizo una pausa ante la pregunta inevitable que sabía que le haría; entonces,
lo miró con seriedad y le dijo: —No sé dónde está, Alejandro. Es más, puede que nunca lo volvamos a ver, pero te prometo
que, de todos modos, yo estaré a tu lado. ¡Te amo, querido! Alejandro asintió con la cabeza y levantó su Lego al aire. —
¡Bueno, me voy a jugar! —¡Adelante! —le dijo Anastasia, mirando a su hijo desenvolver todos sus nuevos juguetes, mientras
esta se perdía en sus pensamientos. En lo profundo de su ser, sabía que no era fácil encontrar al padre de su hijo porque
estaba segura de que Érica y Helen tenían la respuesta a eso. Al fin y al cabo, creía que la habían engañado a dormir con
un gigolo, pero por eso prometió no dejar que su hijo conociera la vergonzosa profesión de su padre. «Está bien. Amo a
Alejandro y eso basta para los dos. Ahora que también mi papá lo quiere, supongo que no hay nada más que me haga más feliz
que la manera en que vivo en este punto».


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