Chapter Capítulo 1
Capítulo 1 Embarazada
—Felicitaciones; está embarazada y se encuentra bien de salud el bebé. En el Hospital General de Génovez, Victoria Selva sujetó con fuerza el informe mientras miraba consternada al doctor. ¿Embarazada? Era una sorpresa maravillosa y no podía creerlo. —Recuerde asistir de manera regular a sus citas. ¿Dónde está el padre? Llámelo; debo darle algunas indicaciones. Lo que dijo el doctor provocó que la joven volviera a la realidad. —Mi esposo no me ha acompañado hoy —contestó con una sonrisa avergonzada. —Para ser honesto, creo que, aunque esté muy ocupado, debería estar aquí con su familia —murmuró el doctor. Cuando salió del hospital, apenas lloviznaba. Se tocó el abdomen y pensó: «Tengo a una pequeña vida creciendo aquí; un hijo mío y de Alejandro». Comenzó a sonarle el teléfono y vio que era un mensaje de su esposo, Alejandro Calire. «Está lloviendo; tráeme un paraguas a esta dirección». Al leerlo, notó que él estaba en el club de campo Linaz. ¿Qué lugar era ese? Parecía que ese día tenía una reunión. Aun así, no lo pensó demasiado y le pidió al chofer de la familia Calire que la llevara. —Puedes regresar a la casa —explicó en cuanto llegaron. —¿No necesita que la espere, señora Calire? —No es necesario; regresaré a casa con Alejandro —contestó al mismo tiempo que sacudía la cabeza. Como ella había ido a ese lugar porque él se lo pidió, regresarían juntos. Por eso, Camilo, el chofer, decidió retirarse. En ese momento, llovía de manera torrencial. Con el paraguas sobre la cabeza, la joven caminó hasta la entrada del lugar y se detuvo en la puerta del lujoso club de golf. —Perdón, señorita, ¿podría mostrarme su tarjeta de socia? —preguntó una empleada. Ella dudó por un instante, al final decidió enviarle un mensaje a Alejandro. «Ya llegué. ¿Terminaste de trabajar? Te espero abajo». Luego, se puso de pie cerca de la entrada con el paraguas; mientras observaba la lluvia, pensaba en el informe de embarazo. ¿Debía decirle en cuanto saliera del lugar? ¿O era mejor esperar a su cumpleaños y sorprenderlo? Estaba pensando en ello y no se dio cuenta de que era el hazmerreír de un grupo de personas que la observaban desde una ventana del piso superior. —No es tu esposa de verdad, pero luce bastante bien, Ale. Está aquí con un paraguas porque se lo pediste; ni siquiera consideró que podías caminar bajo la lluvia, ¿no? —comentó uno de ellos. —¿En verdad está tan enamorada que ha perdido la cabeza? —Es una locura. Una persona habló con calma desde una esquina de la sala. Era un hombre alto con piernas largas y tenía una expresión apática. Tenía la piel pálida, los ojos almendrados y era muy atractivo. Vestía un traje gris hecho a medida y estaba sentado con las piernas cruzadas; levantó la mano y todos observaron el costoso reloj que tenía en la muñeca. —Devuélvemelo. El joven que le había sacado el teléfono no tuvo más alternativa que entregárselo. —¿Vas a dárselo así sin más? —murmuró uno de ellos. —Ya es suficiente. Si Claudia no estuviera aquí, no habrías tenido la oportunidad de siquiera tocar su teléfono. La multitud comenzó a reírse y a bromear mientras observaban a la mujer hermosa que estaba sentada a su lado. Tenía un vestido blanco que la hacía lucir amable y simpática, y sonrió al escucharlos. —De acuerdo; fue muy travieso usar el teléfono de Ale para hacer una broma y ahora te burlas de mí. —Todos saben que eres la persona más importante para Ale, Claudia —respondió uno de ellos mientras el resto continuaba burlándose. —Está bien. Ale, tú crees lo mismo que ellos, ¿verdad? Cuando Claudia Juárez los escuchó, no pudo evitar mirar a Alejandro, que sonrió y no lo negó. Al ver su reacción, el grupo comenzó a burlarse aún más. —Tengo razón; ¡nadie es más importante para Ale! Mientras se reían, miraron hacia abajo para observar a Victoria y le enviaron un mensaje. «Ya no necesito el paraguas. Vete a casa». La joven se sorprendió al leerlo y le respondió: «¿Hay algún problema?». Observó su teléfono durante un instante, pero no recibió respuesta; quizás él estaba muy atareado, por lo que decidió irse. —Espera. Una joven atractiva la llamó; se volteó y vio a dos jóvenes hermosas que se acercaban a ella. La mujer más alta la miró con desprecio. —¿Eres Victoria Selva? Como notó la actitud hostil de la joven, Victoria le contestó de la misma manera. —¿Y tú quién eres? —Mi nombre no importa, pero creo que sí es relevante el hecho de que Claudia regresó. Si eres inteligente, te alejarás de Alejandro. Victoria se quedó estupefacta; desde hacía bastante tiempo que no oía ese nombre. Había pasado tanto que ni siquiera se acordaba que esa persona existía. La mujer notó la reacción y se burló de ella: —¿Por qué estás tan sorprendida? ¿Te volviste idiota luego de fingir dos años ser la señora Calire? ¿En verdad crees que ese lugar te pertenece? Victoria se mordió el labio y estaba pálida; apretó con tanta fuerza el informe que tenía los nudillos blancos. —Mírale el rostro. ¿Cree que puede robarle ese hombre a Claudia? —dijo una de ellas. —¿Siquiera es capaz? Victoria se alejó de ellas y no le prestó atención a lo que continuaron hablando; el ruido de la lluvia ahogó sus palabras. En la residencia Calire, Héctor Boreal, el mayordomo, se sorprendió al ver a una persona empapada en la puerta. —¡Señora Calire! —exclamó en cuanto reconoció a Victoria—. ¿Qué le sucedió? Pase. Victoria tenía tanto frío que sentía los brazos adormecidos; en tan solo unos segundos luego de ingresar, un grupo de sirvientes la rodearon con una gran toalla y comenzaron a secarle el pelo. —¡Prepara un baño caliente para la señora! Ten lista una taza de té. Los sirvientes se aterraron tanto por lo mojada que estaba, que no notaron que ingresó un auto a la residencia y que había una persona de pie en la puerta. —¿Qué sucede? —dijo un hombre de manera apática. Al escucharlo, Victoria dio un saltito en el lugar, sentada en el sofá. ¿Por qué Alejandro había regresado? ¿No estaba con Claudia? —La señora se empapó por la lluvia, señor —explicó Héctor. «¿Cómo es posible?». El joven miró con los ojos oscuros a la mujer delgada que estaba acurrucada en el sofá y frunció el ceño al ver el estado en el que se encontraba. Estaba totalmente mojada y tenía el cabello pegado al rostro pálido, incluidos los labios, que solía tener siempre rosados. —¿Qué te ocurrió? —preguntó apático y con el ceño fruncido. Ella esperó un momento para contener sus emociones y lo miró, sonriendo. —Me quedé sin batería y, de regreso, vi a un niño mojándose porque no tenía paraguas. —¿Has perdido la cabeza? —comentó y la miró de manera poco amigable, mientras que ella continuaba sonriendo, tensa—. Le diste el paraguas y te mojaste tú. ¿Qué edad tienes? ¿Crees que iba a felicitarte por hacer eso? Los sirvientes se miraban entre sí y nadie se atrevieron a decir nada. Victoria bajó la cabeza, no podía ver bien por las lágrimas, pero hizo un gran esfuerzo por contener sus emociones y el llanto, pero en el momento en el que él la levantó en sus brazos, no logró controlarse y comenzó a llorar de manera tal que le cayó una lágrima en el dorso de la mano.