Chapter Capítulo 5
Capítulo 5 Tomar una decisión sobre Clotilde
—¡Señorita Farías! ¡Tiene que tomar una decisión sobre mi hermana! Ella y esas dos malas personas… Todos los presentes recordaron lo que dijo Alejandro antes de ser arrastrado. Miraron las ropas mugrientas de Clotilde y pensaron: «¿Había en realidad mordiscos de amor bajo su ropa?». Era difícil no sospechar: «¡Esos dos cabr*nes eran muy capaces de hacer algo así!». Gabriela frunció el ceño y estaba a punto de reñirla, cuando de repente Clotilde le sonrió. —No pasa nada, Señora Farías, todas las heridas de mi cuerpo me las hice cuando huía de los asesinos. Si no me cree, puede hacer una comprobación física. Mucha gente dejó de mirarla con recelo cuando hizo una oferta tan magnánima. Pero Camila estaba segura de que Clotilde sólo fingía: llevaban tanto tiempo fuera que Alejandro no podía no haber hecho absolutamente nada. Así que repitió entre sollozos: —¡Para limpiar el nombre de mi hermana, tendremos que molestarla, Señora Farías! Gabriela miró a Camila con disgusto al escuchar esta respuesta, pero las palabras de Clotilde la hicieron volverse conmocionada. —¡Bueno, ya que soy la mujer del Señor Armando, debería ser él quien revisara mi cuerpo! Otra ronda de murmullos recorrió la multitud. «¿Dejar que el Señor Armando revise su cuerpo?». El Señor Armando era el único hijo de Silvano, el único heredero del imperio Farías y su nuevo director general. Armando solía estar muy ocupado con asuntos de la empresa, por lo que rara vez asistía a fiestas pequeñas como ésta. Clotilde debió de pedirlo a propósito porque quizás no estaba por allí. De forma inesperada, Gabriela se quedó paralizada un momento y luego dijo: —Claro, le llamaré. «¿El Señor Armando estaba en casa?». Todos se sorprendieron. Clotilde sonrió y dijo: —Siento las molestias, Señora Farías. —Sabía que estaba en casa, y como su madre estaba por allí, ¡seguro que aparecería! De repente todos soltaron un grito ahogado. Clotilde levantó la vista y vio que Armando había escuchado el alboroto y se había acercado. Armando estaba de pie en lo alto de la exquisita escalera de madera de caoba mientras saludaba con un poco de cabeza a los invitados. Sus profundos ojos negros y violáceos se entrecerraron al mirar hacia abajo, haciendo que los corazones se agitaran. El elegante y lujoso mobiliario era ahora un mero telón de fondo de sus apuestos rasgos y su equilibrada figura. Como un rey saliendo de su palacio, tenía un aura de confianza e imponía respeto, y sería una falta de respeto mirarlo directamente a los ojos. Las palabras de Clotilde hicieron resoplar a Armando, con el porte dispuesto al ataque y la voz agresiva. —¿Quieres que inspeccione tu cuerpo? ¿Por qué iba a hacerlo? —Su voz sonó grave y clara, pero su rostro estaba lleno de asco—. ¡Además! ¿Quién ha dicho que seas mi mujer? ¡El Señor Armando! ¡En realidad estaba en casa! Pero esa no era la cuestión, la cuestión era que los rumores sobre que odiaba a su prometida eran ciertos después de todo. Todo el mundo, sobre todo las mujeres, se emocionaban cada vez que veían a Armando. Si no fuera por la situación actual, ya se habrían acercado para intentar charlar con él. Armando era el hombre con el que todas las mujeres del país querían casarse. Normalmente, era muy difícil siquiera vislumbrarlo, ¡no digamos ya verlo de cerca! El calor subía en la sala por la emoción, pero en cuanto Clotilde lo vio, se quedó de inmediato helada. Tenía la cara caliente por la emoción, pero el resto del cuerpo le temblaba. Se dio cuenta de que hacía 5 o 6 años que no lo veía… Clotilde cerró los ojos un momento, luego los abrió y lo miró fijamente a los ojos. —Ya que me has tenido una noche, ¿por qué no me consideras ahora tu mujer? Sus palabras hicieron temblar a la multitud. Los invitados estaban prácticamente mirando agujeros en la espalda de Clotilde. ¿El honorable Señor Armando tenía una aventura con la prometida que decía odiar? El que estaba más sorprendido era Benedicto; había pensado que ese matrimonio no acabaría ocurriendo, pero nunca imaginó que pasaran todas estas cosas. —¿No tienes vergüenza? —Armando frunció las cejas y se dio la vuelta para subir. Al verlo, Gabriela se apresuró a gritar: —¡Armando! ¡Espera! Camila dio un paso adelante y añadió: —¡Señor Armando! Esto afecta a la reputación de mi hermana, ¡ayúdeme, por favor! En aquel momento, Armando había sido drogado y muy poca gente sabía que se había acostado con Clotilde. Además, Armando pensaba que era Clotilde quien lo había drogado, y por eso empezó a odiarla. Aunque Camila no tenía ni idea de por qué Clotilde quería que fuera Armando quien inspeccionara su cuerpo, ¡pensar que Armando odiara aún más a Clotilde después de ver todos los mordiscos de amor que tenía en el cuerpo excitó aún más a Camila! Tal vez Clotilde quiera suplicar a Armando que la ayude esta vez, pensó Camila. «Niña estúpida, ¡el Señor Armando nunca va a ayudarte!». El joven ignoró por completo lo que dijo Camila. Pero Gabriela le suplicó: —¡Armando, ayuda a tu madre, por favor! —Había decidido que, si Cleo tenía en realidad esas marcas, quería que su hijo la ayudara a guardar el secreto. Armando frunció el ceño. —¡Tómatelo como que es tu madre la que te suplica! —Gabriela fingió toser un par de veces: tenía una enfermedad cardíaca y, si había alguien a quien el hombre escucharía, sería a Gabriela. Volvió a mirar a la mujer que se aferraba a él desde que eran niños, con los ojos llenos de repugnancia. —¡Sube! —Su tono era extremadamente desagradable, pero aun así Clotilde sonrió agradecida a Gabriela y se dirigió a las escaleras. Todos esperaban con impaciencia lo que ocurriría: el Señor Armando no mentiría, y sólo necesitaba echar un vistazo rápido a sus heridas, debería ser bastante rápido. Clotilde lo siguió, mirándolo en silencio desde atrás. Este era el hombre al que había amado durante más de 20 años, así que, aunque él siempre la había odiado, ella seguía intentando complacerlo de todas las formas posibles, pero seguían acabando mal. Tardó mucho tiempo en entender que su personalidad era muy extrema y que era muy difícil cambiar su opinión sobre el carácter de una persona. Así que incluso después de décadas, siglos o incluso milenios, él no la miraba ni una sola vez. Antes, cuando pensaba en esto, le dolía el corazón. Lo que no esperaba era que ahora ya no sintiera dolor, sino alegría. El dolor era la prueba de su existencia, mientras que el amor… ¿era comparable a la vida? Armando era un hombre muy alto. Una vez que ella entró en la habitación, se dio la vuelta y se cernió sobre ella. —¿No querías que inspeccionara tu cuerpo? ¡Quítate la ropa! «¿Quitarse la ropa? ¿Quería que se quitara toda la ropa delante de él?». Clotilde se rio un poco, y sintió que Armando sólo intentaba ponerle las cosas difíciles a propósito, ya que ella solía ser una persona tímida y cobarde. Pero había perdido toda vergüenza después de que en su vida anterior le tocaran repetidamente el cuerpo para investigar. Clotilde se bajó la cremallera del vestido sin reservas y éste se desprendió de su cuerpo en un instante. Bajo la luz brillante, se veían claramente todas sus heridas. Había varios cortes pequeños y recientes, y aún más magulladuras y marcas de arañazos de uñas, resultado de su lucha antes de despertarse en la habitación. Además, ¡no llevaba nada puesto! Su esbelta figura y su piel clara hacían que las heridas parecieran aún más llamativas, pero también demostraban a todas luces que había sufrido mucho, ¡y era imposible que ningún hombre permaneciera impasible ante aquel espectáculo! Los ojos de Armando vacilaron, pero al segundo siguiente sintió de repente una tremenda rabia al ver aquellas marcas de arañazos de uñas. Esos dos b*stardos merecían morir. «¡Cómo se atrevían a tocar a su prometida!». Pero lo que más le llamó la atención fue lo tranquila que estaba Clotilde, como si no le importara lo que acababa de pasarle. De repente alargó la mano, la empujó contra la puerta y le dijo con una risa gélida: —¿Te atreves a pedirme que te inspeccione cuando tienes el cuerpo lleno de semejantes moratones? ¿Quieres que mienta por ti? ¡Sigue soñando!