Chapter LA NOVIA EQUIVOCADA CAPÍTULO 22
CAPITULO 22. ¿Qué va a pasar ahora? Estaba aterrada y era inútil negar eso. Estaba casi desnuda, vulnerable y expuesta al
escrutinio de un hombre que la hacía temblar y casi le doblaba la edad. Le acababa de confesar que lo había engañado, que
ella había sido la que había salvado a su hija, y le estaba mostrando su propio cuerpo como evidencia, solo para que él
respondiera con un:
-Lo sé.
A Meli se le escapó un jadeo ahogado mientras el calor que manaba de Nathan King la paralizaba. Lo único que separaba sus
dos cuerpos completamente pegados, era la ropa que Nathan llevaba, pero en cuestión de segundos ni eso fue suficiente.
Los labios de Meli temblaron mientras sus pechos subían y bajaban contra él, y Nathan ya no pudo controlarlo. Su boca bajó
con la rapidez de un halcón hambriento. Necesitaba apoderarse de ella como si su vida dependiera de eso. Sus manos se
agarraron a los cabellos de la joven para sujetarla mientras sus labios se fundían uno contra otro y redobló la intensidad del
beso. No podía parar, no quería parar. Su cuerpo ardía en deseo, y cuando finalmente logró separar sus labios de los de Meli,
fue solo para permitirse respirar a ambos.
-Me mentiste – susurró él con voz ronca, acusadora. -Sí –asintió Meli sin poder hacer nada más que reconocerlo. – Porque no
querías casarte conmigo -gruñó Nathan. – Porque no quiero ser la esclava de nadie nunca más -respondió ella con los labios
temblorosos, pero mirándolo a los ojos con firmeza. Nathan frunció el ceño cuando escuchó eso.
-¿Crees que eso era lo que quería para ti? —la increpó. -Era lo que querías para Stephanie ¿no? -replicó Meli y Nathan no
pudo evitar sonreír mientras apoyaba la frente en la suya.
-¿Sabes qué? Si todavía no te has dado cuenta de que tú no eres nada parecido a Stephanie, en ningún sentido, entonces tú
eres más tonta que yo -murmuró acariciándole la mejilla con la punta de la nariz y Amelie levantó la cara hacia él mientras se
estremecía. No tenía idea de lo que estaba haciendo ni por qué, pero era bastante consciente que no estaba simplemente
aceptando un destino. Su boca se encontró de nuevo con la de Nathan, los labios de él se abrieron y los de ella respondieron
instintivamente, dejándolo tomar el control de todo. Las manos de Nathan recorrieron veloces su cuerpo hasta posarse en sus
nalgas, ajustándola contra él para que no hubiera duda alguna sobre lo que quería hacerle. Ni siquiera podía recordar la última
vez que había deseado tan desesperadamente a una mujer, pero tenerla delante y poder tocar su piel simplemente lo
enloquecía. 1 Meli se agarró a sus hombros mientras Nathan la elevaba sin esfuerzo y la sentaba en la mesa de su despacho.
Con un impulso, él mismo se subió encima de Meli y separó sus piernas con las suyas, quedando completamente pegado a
ella. La respiración entrecortada de ambos se mezclaba.
Nathan no podía dejar de besarla, necesitaba tenerla cerca, y saborear su piel era el único modo que se le ocurría en ese
momento. Meli se retorcía debajo de él, sus manos atrapaban los mechones de su cabello mientras él descendía por su cuello.
El aroma de Meli inundó sus sentidos cuando finalmente encontró un camino hasta su pecho. Meli gimió cuando la boca
caliente de Nathan encontró uno de sus pezones y lo chupó lentamente, disfrutandolo, mientras una de sus menos se colaba
entre los dos, debajo sus bragas. Por un segundo, uno solo, Nathan vio la inseguridad en sus ojos. Era evidente que no estaba
acostumbrada a que la tocaran así, y él se preguntó cuántos hombres había tenido antes. En realidad no le importaba, porque
en ese momento Meli era solo para él, pero su pregunta tuvo una rápida respuesta, cuando jugueteó con su clítoris por un
momento y luego trató de deslizar un dedo en su interior, notando que estaba demasiado estrecho. Sonrió contra su piel por
aquel descubrimiento: Meli era virgen todavía. -¡Maldición, niña, todo lo que quiero hacerte y no puedo! -gruñó casi burlándose
de sí mismo.
-¿Qué... qué cosa...? — balbuceo ella y Nathan pasó saliva. -¿Estás segura de que quieres saberlo? -murmuró él y Meli se
quedó en silencio por un segundo, pero en cuanto él hizo un gesto para apartarse ella tiró de las solapas de su saco.
– ¿Torpemente segura te vale? – preguntó y Nathan sintió que se le aflojaban hasta los pensamientos. Despacio, con mucha
suavidad, forzó el dedo corazón dentro de ella y la vio morderse el labio inferior ante aquella invasión extraña. Pronto, sin
embargo, el cuerpo de Meli se relajó y sus gemidos fueron más profundos cuando Nathan encontró su ritmo.
La respiración se le agitó y su cuerpo se tensó debajo de Nathan al sentir que él deslizaba dos dedos dentro de ella, ajustando
sus movimientos para acariciar
justo el punto que necesitaba. Nathan apenas podía respirar cuando los gemidos de Meli se hicieron más fuertes y él supo que
estaba completamente en sus manos. Quería todas sus primeras veces, y estaba seguro de que aquella chica jamás había
experimentado algo así con nadie. La acarició con decisión, enterrando los dedos dentro de ella mientras seguía besándola
apasionadamente. Amelie gimio suavemente y su cuerpo empezó a temblar debajo de él, anticipándose a ese momento
perfecto que estaba a punto de llegar. Él disfrutaba provocarle un placer tan intenso, y el cuerpo de Meli se arqueó
involuntariamente mientras la llevaba al borde del precipicio. Nathan juraba que jamás en su vida había visto un clímax tan
hermoso como ese. La besó en los labios una última vez y luego se levantó, quitándose la camisa para ponérsela a Meli. La vio
sonreír medio dormida, exhausta y satisfecha, y la alzó en sus brazos como si fuera una pluma.
Camino por todo el corredor y se detuvo delante de una puerta. Miró a la que estaba al otro lado del corredor, su propia puerta,
pero negó internamente porque si metía a Meli en su habitación no estaba muy seguro de poder controlarse de nuevo. Así que
abrió la puerta de una de las habitaciones de invitados y la acostó en la cama, arropándola con el edredón.
– Fue una noche muy larga, descansa ahora. Mañana a primera hora volveremos a pelearnos como Dios manda y podrás
tirarme a la cabeza cualquier objeto que no sea contundente -sonrió Nathan. 1
Le dio un beso fugaz y se largó a su propio cuarto, a meterse bajo una ducha helada digna de una neumonía. De verdad tenía
que ser masoquista para quedarse con aquellas ganas. En pocas semanas Meli había pasado de ser una completa
desconocida a ser odiada, temida, evitada, y deseada. Nathan ni siquiera había podido prever lo mucho que lo descontrolaba
hasta que la había visto así, casi desnuda frente a él.
Apoyó la frente en la pared bajo la ducha y se dio cuenta de que aquella tensión no iba a desaparecer. El aguta helada no
estaba haciendo su trabajo porque estaba completamente erecto y Nathan tuvo que aceptarlo; iba a tener que buscarse una
forma de sacarse aquel calentón o de lo contrario iba a estallar. Empuñó su erección y la acarició lentamente, imaginando que
era Meli la que le hacía aquello. Gimió sin poder evitarlo y cerró los ojos, dejándose llevar por el placer que sus manos le
proporcionaban. Era una sensación tan intensa que no podía compararse con nada. 1
Nathan disfrutó al máximo el placer que sentía, tomando cada recuerdo de lo que acababa de hacerle a Meli como un regalo.
No quería detenerse, quería seguir gozando de esa sensación hasta el último segundo y desahogarse
completamente. Cuando llegó al clímax, sintió que todo su cuerpo temblaba con la oleada de placer que recorrió todos sus
músculos. Satisfecho y relajado, Nathan salió de la ducha, regresó a su habitación y se metió en la cama, pensando en si ella
todavía se sentiría bien o se estaría arrepintiendo. Sin poder evitarlo se levantó y cruzó el corredor, asomándose en su
habitación, y respiró con alivio al ver que ella ya estaba completamente dormida.
Sin embargo, si Nathan esperaba que Amelie se sintiera arrepentida al día siguiente, pronto iba a decepcionarse, porque la
muchacha se despertó cansada, confundida, y muchas otras cosas, pero arrepentida ciertamente no era una de ellas.
Durante largos minutos miró al techo, recordando cada momento de la noche anterior, y se estremeció al recordar el placer que
había sentido entre los brazos de Nathan. Era algo imposible de describir, Amelie jamás había imaginado que aquellas
sensaciones existían y él parecía tan... experimentado.
Ahogó un gemido involuntario y se levantó, tratando de imaginar lo que sería su vida de ahí en adelante ahora que Nathan
sabía que ella había salvado a Sophi...
Meli achicó los ojos. ¡El había dicho que lo sabía! Se lanzó de la cama al baño y de ahí al closet, lo único que había eran
pijamas así que se puso el primero aunque le arrastrara. Salió corriendo en dirección al salón, el despacho, el comedor, hasta
que finalmente lo encontró. -¡Tú...! -siseó y Nathan abrió mucho los ojos con una sonrisa.
– Dije que nada de objetos contundentes -advirtió-. Suelta el florero, suéltalo... Suelta la cafetera... Si me echas café encima
me desnudo... 1 Meli soltó lentamente la cafetera y estaba a punto de gruñirle como una ardillita enojada cuando escuchó la
risa de Sophi.
– Buenos días, Meli.
-Hola mi amor.
-Buenos días, hija.
-A-abuelo... bue-buenos días... – balbuceo Meli al darse cuenta de que toda la familia estaba allí.
– Hoy yo llevo a Sophia a la escuela, hasta luego -rio el señor James. Sophi corrió a despedirse de Amelie con un beso y
cuando se iban por el corredor, la niña chocó un puño con su abuelo.
– La Operación Liberen a Meli, ya está lista – declaró satisfecha. –
En el comedor, sin embargo, la tercera guerra mundial estaba a punto de desatarse.
—¡Dijiste que lo sabías! – lo acusó Meli. -Lo dije desde anoche -se burló Nathan mientras caminaba hacia su despacho. -Sí
pero anoche yo estaba... – Meli se detuvo en la misma puerta sin atreverse a entrar.
– Ahí – terminó él con una sonrisa pícara mientras señalaba su escritorio y Meli se estremeció.
– ¿Cómo lo supiste? – preguntó entrando pero quedándose apoyada en la puerta, lejos de él. Nathan sacó una pequeña caja
de su escritorio y Meli la reconoció al instante, se acercó y la abrió para sacar la pulsera de su madre.
– Le diste una de esas medallitas a Sophi el día que la salvaste – dijo Nathan-, Hace poco la vi en una foto tuya de cuando eras
pequeña.
-¿Una foto mía? ¿Me investigaste? –murmuró Amelie, aunque no le sorprendía. – Hay algo en lo que no tienes razón: no soy un
pésimo padre —respondió Nathan-. Hacer lo mejor para nuestros hijos es una tarea de titanes, pero mi hija es lo más
importante para mí, necesitaba estar seguro de quiénes eran las personas alrededor de ella.
Amelie pasó saliva.
– ¿Y por qué no dijiste nada, si lo sabías? ¿Por qué seguiste con el asunto del compromiso con Stephanie...? ¡No lo entiendo!
– Porque quería que me lo confesaras tú –murmuró él.
Meli arrugó el ceño con una expresión de decepción que le hizo un nudo en el estómago al CEO.
-Eso fue muy manipulador de tu parte.
– Lo sé, pero un día si estás en una situación como la mía quizás puedas entenderlo. Mi hija es mi punto débil, todo el mundo
quiere usarla para acercarse a mí – dijo él mirándola a los ojos—. Para ti es diferente, tú no me quieres, no me dijiste la verdad
solo por no casarte conmigo... y ser por primera vez el adjunto en el paquete de Sophi, se siente muy bien. Solo quería saber
qué tanto querías a mi hija, y si de verdad estabas dispuesta a sacrificarte por ella.
– Estás asumiendo que eres un gran sacrificio -murmuró ella. +
-¿Para ti? Sí, sé que lo soy – murmuró él con seriedad y a Meli le temblaron los labios antes de volver a preguntar. • -Entonces.
¿qué va a pasar ahora?