La Esposa del Ruso by Bella Hayes

Chapter Capítulo 3



Capítulo 3
Mikhail tomó por asalto la boca de la chica en el mismo instante en que entró a su apartamento, cerró la puerta de una patada y
la recostó en ella. El leve chal que llevaba sobre los hombros cayó a los pies de ambos. Jelena metió las manos por dentro de
su chaqueta empujándola hasta retirarla, dejándola caer al suelo. Los gemidos de la mujer lo tenían muy excitado, por lo que
separó su boca de la de ella, quería que ese momento durara.
Desesperado por sentir su piel intentó quitarle el vestido, pero no supo cómo, frustrado, tiró de la prenda sintiendo como la tela
se rasgaba. Con una sonrisa, Jelena retiró sus manos antes de que lo rompiera totalmente, porque si no, no tendría nada que
ponerse cuando se marchara. Buscó el cierre oculto, lo bajó y dando un paso hacia atrás dejó caer la prenda, quedando solo
con un tanga de color negro y sus tacones.
Mikhail al verla pensó que necesitaba llevarla a la cama, no quería que la primera vez con esa hermosa criatura fuera un
encuentro apresurado y de pie. Se lanzó sobre sus labios besándola de nuevo, la levantó y la llevó a su habitación.
En la oscuridad, sin encender ninguna lámpara, la dejó encima del cubrecama y empezó a desvestirse bajo la mirada atenta de
la chica, que lo observaba bañado por la luz de la luna que entraba por la ventana. Mikhail se inclinó hacia la lámpara para
encender la luz.
―Déjalo así por favor ―pidió la chica.
―Quiero verte ―dijo Mikhail.
―La luz que entra de la calle es suficiente, yo te veo muy bien ―respondió recorriéndolo con la mirada.

Era hermoso como se imaginó que sería el ángel de la muerte, bello y letal para ella porque él había sido su debilidad. Tenía
que reconocerse a sí misma que se enamoró de Mikhail en cuanto lo vio aquella tarde en que su padre la comprometió, pero
habían pasado tantas cosas, le lastimaron tanto sus palabras y sus acciones, que se propuso odiarlo. Hubo momentos en que
lo hizo, pero ese hombre era el único que podía hacer que quisiera olvidarse de todo, del dolor, de la rabia y de las ganas de
desquitarse, y no lo podía permitir, no podía ser débil porque había descubierto que la debilidad era un arma que la gente usaba
para lastimarla.
La pasión lo cegó, en todo lo que podía pensar era en ella, en lo que le hacía sentir, en su cuerpo suave y juvenil dispuesto para
su disfrute.
Cuando él acabó con un gemido de éxtasis. Jelena cerró los ojos y se tragó sus lágrimas.
Todo salió como lo había planeado, Mikhail no se dio cuenta de quien era ella.
―Necesito ir al baño un momento ―dijo tratando de que él no detectara nada anormal en su voz.
―Claro, déjame encender la luz para que veas la puerta.
―Por favor, déjala así me gusta oscuro y seductor.
Mikhail asintió con la cabeza, le dio un suave beso antes de separase de ella y recostarse sobre la almohada con los ojos
cerrados.

Jelena se levantó y entró al aseo. No podía tardar mucho, no quería que él fuera detrás de ella porque para seguir con su plan
necesitaba que Mikhail se durmiera. Cerró la puerta cuando entró en el baño, se limpió con rapidez con una toalla blanca
haciendo una mueca por lo manchada que quedó. Tomó otra, la humedeció, abrió el grifo y tomó un vaso para beber agua. Las
manos le temblaban mientras sostenía el vaso, respiró profundo tratando de calmarse y regresó a la habitación.
Mikhail salió de su estado de duermevela cuando sintió la puerta cerrarse, se quitó el preservativo, lo envolvió en un pañuelo
desechable de la caja que había en la mesita de noche y lo lanzó a una papelera cercana. Incorporándose un poco tomó de las
manos de Katia la toalla que ella le ofreció, se limpió y la arrojó al suelo. Abrió sus brazos y Jelena se zambulló en ellos, se
abrazaron con fuerza.
―Estoy muy avergonzado, no te di tiempo a llegar.
―Más tarde lo harás y deberás hacerme llegar doble. Sin embargo, tengo un poco de sueño, ¿podemos descansar un rato?
―Por supuesto, Katia hermosa, lo que tú pidas.
Jelena se obligó a mantener sus ojos abiertos, sin dejarse vencer por el sueño. Sintió el momento en que él se durmió, esperó
unos veinte minutos más y se levantó de la cama; a tientas, encontró sus zapatos, no se molestó en buscar el tanga. Guiada
por la luz de la luna recorrió el camino hacia el recibidor, allí se puso su vestido roto, haciendo una mueca pensó que tendría
que tapar la rotura con el chal. Fue a su cartera que estaba tirada en el piso, sacó un estuche de joyería, lo abrió y se puso su
anillo de compromiso. Después, sacó una cajita para guardar las lentes de contacto, se las quitó y las dejó allí, encima del
aparador y al lado de las llaves del coche de su prometido. Recogió su chal y con sigilo salió del apartamento, estaba un poco
impaciente y temerosa de que Mikhail despertara y la encontrara lista para marcharse. Bajó un piso por las escaleras, se puso
sus zapatos, llamó un taxi y esperó el ascensor.

Rezó para que este recorriera con rapidez los treinta pisos que había desde el ático hasta la planta baja. Al llegar se dirigió a la
puerta con pasos rápidos le dio una cortés inclinación de cabeza al portero y salió a la calle.
Un flash de cámara fotográfica la cegó y una voz de mujer le preguntó:
―¿Eres la amiga de Rania?
―Sí, gracias por venir
―¿Y eres la última conquista de Mikhail Kuznetsov? ¿Su nueva amante?
―No soy su amante ―respondió Jelena con el ceño fruncido, no pensó que la periodista custionaria su petición.
―Solo alguien que desea obtener algo de fama pide que la fotografíen abrazada a unos de los hombres más guapos y ricos de
la ciudad. ―aseguró con celeridad la periodista, mientras el fotógrafo tomaba repetidas imágenes de su cara y del estado de su
vestimenta.
―Soy la prometida de Mikhail ―respondió con una suave sonrisa―, cuñada de Alexander Kuznetsov y de Gael Evans
―Mira, chica, no te creo nada ―dijo la mujer con sospecha ―te investigaré.

―Hágalo, es su trabajo, ―respondió Jelena encogiéndose de hombros ―sin embargo, imagino que no querrá perderse el
poder fotografiar mi anillo de compromiso. ―dijo levantando la mano para mostrarlo.
El fotógrafo disparó su cámara múltiple veces sobre su mano y su anillo de compromiso.
La llegada del taxi le dijo que era hora de marcharse, agradeció la celeridad con la que llegó porque de esta manera mantenía
vivo el interés de la periodista.
―Debo irme, mi taxi llegó ―dijo Jelena señalando el coche amarillo.
―Espere, ¿cuál es su nombre? ―indagó la mujer.
―Jelena Smirnov ―respondió mientras apresuraba su paso, haciéndola caminar detrás de ella.
―¿Es su prometida y la deja marcharse sola a medianoche? ¿Y con el vestido roto? Creo que nos engaña y no es más que
una oportunista, porque Mikhail Kuznetsov es un caballero que siempre acompaña a sus amantes a casa ―gritó la periodista
con una sonrisa socarrona.
Jelena se giró con la puerta del taxi abierta y una sonrisa de triunfo.
―Piense lo que quiera, pero escriba esto: él se casará conmigo.


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